Corrían tiempos revueltos. Un fuerte enfrentamiento de clases cubría un amplio escenario mundial. Era el otro fin de siglo. El movimiento obrero y popular combatía: huelgas, enfrentamientos callejeros, justicia popular. En Europa y Estados Unidos se dieron hechos brutales que indicaban la crueldad del sistema capitalista y su desprecio a los desposeídos. A sangre y fuego reprimían los justos reclamos del pueblo.
En Italia, en España, en Estados Unidos, en Francia, hubo persecuciones sistemáticas y horrendas masacres de obreros.
En tal marco se dan un conjunto de hechos de vindicación. Aparecen en escena militantes sensibles que les duele en lo profundo esos episodios brutales que emanan desde los centros de poder. Un dolor que pedía pronta justicia, que tanta inhumanidad no quedara impune. Y la sangre corrió. Pero: «Hay sangres que no manchan. Manos incólumes, manos dignas de ser estrechadas por los hombres honrados, las que nos libran de tiranos y tiranuelos… Los Angiolillo, los Bresci, los matadores del gran duque Sergio y los ejecutores del rey Mannuel…». nos dirá González Prada.
El 29 de julio de 1899, el atentado de Monza contra Humberto I de Saboya, rey de Italia, fue un acto de vindicación realizado por un joven anarquista: Gaetano Bresci.
La motivación de Bresci para llevar a cabo este episodio se relaciona con toda una política bestialmente represiva.
Dirá Luis Fabbri: «las persecuciones al pensamiento en 1878, 1889, 1894 y 1898, han poblado las cárceles y las islas… de una muchedumbre de hombres… Muchos de ellos han muerto durante o después de su odisea tormentosa, otros han sido precipitados en la miseria, otros se volvieron enfermizos…». Y fue también por aquellos mismos años que a raíz de una huelga general, tropas del ejército, hicieron una masacre obrera, corrió mucha sangre proletaria en las calles de Milán. Este último e infame episodio fue un acicate decisivo para Bresci.
Sus palabras fueron firmes, denunciaron la podredumbre del sistema y que prefería la muerte a quedar insensible ante tanto atropello bárbaro.
Un origen semejante tuvieron otros hechos, anteriores y posteriores, que terminaron con la ejecución de responsables de atrocidades a manos de anarquistas.
Tal es el caso de Carnot, Presidente de Francia. En 1894 Santos Caserio le dará muerte. También un joven anarquista. El motivo detonante se ubica en los sucesos de Monteceau-Les-Mines, por el cual fueran masacrados a metralla cantidad de obreros mineros que se encontraban en huelga y movilizados.
Y también en 1894, a manos del joven anarquista alemán, Czolsgtz, es muerto el Presidente norteamericano Mac Kinley. Un Presidente que impulsaba con fobia la persecución de las sociedades obreras de resistencia y la expansión imperialista. Instrumento y defensor de los grandes capitales; autorizó la masacre de los huelguistas de Hazleton y las torturas de los mineros de Idaho.
En 1897 el ministro español Cánovas del Castillo es ajusticiado por el intelectual italiano Anguiolillo. Militante que recibiera una fuerte y dolorosa impresión de los exiliados en Londres, sobrevivientes de las atroces torturas realizadas en el Castillo de Monjuich. Pudo observar el cuadro del horror: mutilados, rostros desfigurados y huellas imborrables en distintas partes del cuerpo que hablaban de los suplicios sufridos.
Cerca de trescientos anarquistas que habían estado detenidos en ese Castillo sufrieron suplicios espantosos: flagelaciones, introducción de astillas en la raíz de las uñas, retorcimiento de los órganos genitales, privación del sueño, alimento muy salado y negación de agua para provocar una sed desesperante.
Estos fueron algunos de los hechos de vindicación que cerraron el siglo que está por fenecer. Claro está la prensa solo habló de la demencial violencia anarquista.
A comienzos del siglo tendremos algunos episodios semejantes en el Río de la Plata.
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