PODER POPULAR
Capacidad del pueblo de organizar su propia sociedad
Organizar la vida social desde abajo.
Frente al evidente fracaso histórico de determinadas corrientes designadas como socialistas se fue abriendo un amplio debate teórico político. Mucho del material que se fue incorporando a él no resultaba nada más que el viejo discurso fracasado ahora aggiornado y que no tocaba críticamente los temas fundamentales. Otros tomaban vías de búsqueda que pese a su aporte descartaban elementos que aún sugieren mucho al presente y que son hijos de grandes luchas populares transcurridas en un largo periodo. Por supuesto no encontraremos respuesta para nuestra época en propuestas, planteos y elementos teóricos que pertenecen a un contexto social-histórico que es anterior. Pero sí hay vigente un sistema, que pese a los cambios que se fueron desarrollando, mantiene una matriz fundamental basada en la dominación que hoy gran parte de la humanidad padece. Es el sistema capitalista.
Lo medular de este sistema capitalista y la forma de irlo destruyendo en pos de crear una nueva civilización fue comprendido por muchos luchadores sociales y políticos que dejaron lúcidos planteos y sobre cuyas sugerencias e intuiciones hay espacio de reconstrucción y actualización a la luz de la nueva realidad existente.
Para evitar equívocos reafirmamos que nada de aquello se puede tomar al pie de la letra, ya como dogma o como verdad científica valedera para todos los tiempos y lugares. Pero no se puede, de ninguna manera desconocer o subestimar, que detrás de nosotros, y en aquel tiempo, hay una larga lucha de los pueblos y producciones teórico-políticas en consonancia con ello. Así como hay cosas a descartar hay que tener presente que actualizando lo mejor del pasado corresponde a las organizaciones populares y políticas de este tiempo hacer su ruta, ir poniendo sus mojones, ir elaborando lo que falta.
Por último queremos resaltar un planteo que ha ido ganando terreno y que estimamos tiene en su fondo los elementos que hicieron fracasar históricas experiencias que fueron realizadas a nombre del socialismo. Es ese que regresa con una concepción, una metodología y proponiendo la utilización de instituciones y mecanismos del sistema que finalmente significa más de lo mismo. Dicen que es propuesta nueva, pero realmente es continuación de priorizar el arriba, la vanguardia, la participación electoral y el uso del Estado para ir realizando cambios profundos que se encaminen a la creación de la sociedad futura. Dicen algo así como: tomar el gobierno, entrar en la dinámica del estado burgués y desde allí con un trabajo simultáneo en el abajo producir el cambio antisistémico. Una mixtura, puramente intelectual, que no hace otra cosa que repetir de otra forma el viejo planteo del reformismo fracasado. Desde el Estado se produce una cosa y desde un proceso auténtico del abajo se produce algo totalmente distinto. Esto ya debiera ser tema saldado. Pero no es así. Tenemos entonces hoy, los que teorizan acerca de una articulación del arriba con el abajo. Son sueños de pesadilla y de descontado dramático final.
Sí, se hace hoy mixturas, de niveles que son poseedores de dinámicas sociales diferentes como propuesta fresca para el presente. En tal sentido se desarrolla un análisis acerca de todo lo que significa la construcción desde abajo como parte del proceso de cambio. Incorporando incluso consideraciones acerca de las dinámicas que tal forma de lucha pueden ir produciendo. Una articulación con cosas contradictorias que dan para un mar de confusiones, que pueden llegar a masacrar honestos esfuerzos, cuando los haya. Esfuerzos, intenciones al margen, que son finalmente conducidos a un camino sin salida o, más bien dicho, a seguir circulando en la noria dominante, repitiendo experiencias que ya demostraron en qué terminan.
Dentro de estos elementos mixturados ha aparecido alguna vez el pensamiento de Bakunin, tenido en cuenta como un teórico socialista que puso el acento en el abajo. Es cierto puso el acento en una forma de procesar una organización social que condujera a la destrucción del capitalismo, pero ni por asomo se le ocurrió, ahí están sus escritos que los certifican, que eso fuera compatible con un trabajo desde el Estado. Expresamente contrario a que ambos planos pudieran articularse coherentemente.
Creemos útil entonces, primeramente, separar la paja del trigo. Veamos al respecto algo del pensamiento de Miguel Bakunin, de su fundamentación y convicción acerca de que el verdadero proceso de cambio es desde el abajo o no es. Dice:
“Cambiar y organizar la sociedad desde abajo a arriba. Desde luego, este ideal aparece ante el pueblo significando el fin de sus necesidades, el fin de la pobreza, y la satisfacción plena de todos sus requerimientos materiales mediante el trabajo colectivo, igual y obligatorio para todos, y luego, como el final de la dominación, y como la organización libre de las vidas de las personas conforme a sus necesidades -no desde la cima hacia abajo, como lo tenemos en el Estado, sino de abajo a arriba, una organización formada por el pueblo mismo, independiente de gobiernos y parlamentos, una unión libre en asociaciones de trabajadores agrícolas y de fábrica, en comunas, regiones, y naciones…
Nuestro programa puede ser resumido en unas pocas palabras:
Paz, emancipación, y la felicidad de los oprimidos.
Guerra contra todos los déspotas y opresores.
Restitución total a los trabajadores: todo el capital, las fábricas, y todos los instrumentos de trabajo y materias primas deben ir a las asociaciones, y la tierra a los que la cultivan con sus propias manos.
Libertad, justicia y fraternidad con respecto a todos los seres humanos sobre la tierra. Igualdad para todos…
La organización de una sociedad mediante una federación libre, desde abajo hacia arriba, de asociaciones de trabajadores, tanto industriales como asociaciones agrícolas, científicas y literarias – primero en una comuna, luego una federación de comunas en regiones, de regiones en naciones, y de naciones en la asociación fraternal internacional.
… tender con todos sus esfuerzos a reconstituir sus patrias respectivas a fin de reemplazar en ellas la antigua organización fundada de arriba a abajo sobre la violencia y sobre el principio de la autoridad, por una organización nueva que no tenga otra base que los intereses, las necesidades, y las atracciones naturales de los pueblos, ni otro principio que la federación libre de los individuos en las comunas, de las comunas en las provincias, de las provincias en las naciones…y más tarde del mundo entero”.
Agrega con toda claridad cuales caminos emprender para la real emancipación de los pueblos así como que concepciones y estrategias no llevan a tal fin. Nos Dice:
“La Revolución por Decretos está Condenada al Fracaso. Frente a las ideas de los comunistas autoritarios -ideas falaces, en mi opinión- de que la Revolución Social puede ser decretada y organizada por medio de una dictadura o de una Asamblea Constituyente, nuestros amigos, los socialistas parisinos, sostienen que la revolución sólo puede ser emprendida y llevada a su pleno desarrollo a través de la acción masiva continua y espontánea de grupos y asociaciones populares… Porque, en realidad, no hay cerebro, por muy genial que sea, o -si hablamos de la dictadura colectiva de algunos centenares de individualidades supremamente dotadas no hay combinación de intelectos capaz de abarcar toda la infinita multiplicidad y diversidad de intereses, aspiraciones, deseos y necesidades reales que constituyen en su totalidad la voluntad colectiva del pueblo; no existe intelecto capaz de proyectar una organización social que pueda satisfacer a todos y cada uno”.
En cuanto al uso del Estado en el proceso hacia la revolución el anarquista
ruso afirma:“es un viejo sistema de organización, basado sobre la fuerza, que la Revolución Social suprimirá para dar plena libertad a las masas, los grupos, Comunas, asociaciones e individualidades, destruyendo de una vez por todas la causa histórica de toda violencia: la misma existencia del Estado cuya caída supondrá la destrucción de todas las iniquidades del derecho jurídico y de todas las falsedades de los diversos cultos -derechos y cultos que han sido siempre, los canonizadores complacientes, tanto en el terreno ideal como en el real, de toda la violencia representada, garantizada y autorizada por el Estado.
Es evidente que sólo cuando el Estado haya dejado de existir, la humanidad obtendrá su libertad, y que sólo entonces encontrarán su auténtica satisfacción los verdaderos intereses de la sociedad, de todos los grupos, de todas las organizaciones locales y, en consecuencia, de todos los individuos que forman tales organizaciones”. Agrega:
“La Libre Organización seguirá a la abolición del Estado.
Que el Estado ha sido siempre el patrimonio de una clase privilegiada, como la clase sacerdotal, la clase nobiliaria, la clase burguesa; clase burocrática, al fin, porque cuando todas las clases se han aniquilado, el Estado cae o se eleva como una máquina; pero para el bien del Estado es preciso que haya una clase privilegiada cualquiera que se interese por su existencia, y es, precisamente, el interés solidario de esta clase privilegiada, lo que se llama patriotismo”.
Hace de paso Bakunin algo de lo que plantea M.Foucault.: “poner de relieve, más que el elemento fundamental de la soberanía… (El “patriotismo”) las relaciones o los operadores de dominación… Teoría de la dominación, de las dominaciones, más que teoría de la soberanía… partir de la relación misma de poder, de la relación de dominación en lo que tiene de fáctico, de efectivo, y ver como es ella misma la que determina los elementos sobre los que recae. En consecuencia, no preguntar a los sujetos cómo, por qué y en nombre de qué derechos pueden aceptar dejarse someter, sino mostrar cómo los fabrican las relaciones de sometimiento concretas… no pretendo decir, desde luego, que no hay grandes aparatos de poder… Creo, empero, que siguen funcionando sobre la base de esos dispositivos de dominación…”.
Tenemos entonces que la concepción de construcción social revolucionaria desde el abajo en Bakunin, que a nosotros tanto nos interesa, nada de nada tiene que ver con articulaciones estatistas en el marco institucional burgués.
A propósito agregaremos a continuación algunas consideraciones de FAU sobre el tema general aquí implícito.
Las instituciones burguesas solo a la burguesía pueden servir
Una historia con un fin que bien conocemos
Los documentos que van a continuación son opiniones que nuestra organización fue dando a través de sus “Cartas” semanales. Corresponden al año 1970. Hacemos un extracto de varios trabajos que tienen unidad temática, como es material nuestro lo libraremos de la formalidad sintáctica. Como dijimos más arriba hay temas que se repiten pero que se abren hoy como novedosos. Son realmente temáticas que ya estuvieron planteadas hace mucho tiempo. Temas teóricos-políticos que son hoy presentados como nueva propuesta o como interrogantes, fueron muy discutidos en el seno de la izquierda reiteradamente durante bastante tiempo. Con estos materiales, nos parece, completamos este sintético enfoque primario sobre la estructura de dominación, sus “componentes” y las técnicas de reproducción que ponen en juego. Al revés que ciertos materiales de Bakunin y Kropotkin el orden de análisis es con menos referencias descriptivas de lo histórico y más centrado en categorías. Hemos procurado quitar al máximo lo que tiene de referencia muy específica al lugar, tratando de que vaya lo que es de rigor más general. Veamos:
“Hace muchos años, cuando en el mundo gobernaban solo reyes, hubo mucha gente que se hizo ilusiones con los parlamentos.
Pero el liberalismo que eso quería, tenía una falla grande, que con el tiempo aparecería clara. El liberalismo democrático se fijaba solo en el aspecto político, en la igualdad de derechos políticos. Lo único que pedía era que todos tuvieran derecho a votar. Se fijaba solo en la desigualdad política, que quería convertir en igualdad, en democracia, y no se fijaba en otros aspectos, tanto o más importantes de la desigualdad. La desigualdad social, la desigualdad de riquezas, el hecho de que, en el mundo capitalista que nacía, unos eran explotadores y otros –la enorme mayoría- eran explotados.
El estado merece un tratamiento especial pues está vinculado a toda una estrategia histórica de la corriente marxista: la toma del poder del estado. El concepto de poder de estas concepciones está, más que nada, relacionado con el estado. Lo que sugiere la idea de que el poder está en lo político y que no circula en las otras esferas. Entonces tanto para la socialdemocracia como para el marxismo-leninismo el acceder al estado fue la vía estratégica principal. Criterio estratégico que, por otra parte, ha estado, y sigue estando, como tema central en muchas organizaciones sociales y políticas que se auto designan de izquierda.
Aparece unido a este enfoque, a esta conceptualidad, el concepto vanguardia. En los hechos habría una sola dirección: del partido a la clase y la población toda. Está ahí la creencia de que la población, y su sujeto histórico la clase, debía permanecer subordinada al Partido y que sola era incapaz de crear instancias de liberación. También la creencia de que en el seno de la sociedad capitalista no se pueden generar, desde abajo, básicas condiciones para su ruptura. No importaba entonces el grado de desarrollo de autoorganización, de autogestión, de democracia directa de instancias populares. Pues, no se trataba, en el fondo, de crear un pueblo fuerte sino un partido fuerte capaz de conducir. Reduccionismo político total, hijo, por otra parte de toda una concepción general reduccionista.
Otras creencias son de que lo principal es generar cambios desde la “infra-estructura”, la economía, para cambiar las mentalidades; de que lo fundamental es tomar el poder del estado y operar desde allí teniendo como importancia central la vanguardia para dirigir este proceso. Estas creencias quedan hoy más que cuestionados, podría decirse despedazados en cualquier análisis descriptivo de rigor. Esa descripción que es necesario articular para la producción de hipótesis de carácter teórico. Para robustecer con rigor una estrategia de Poder Popular.
Sobre ideología y construcción social de subjetividad
Creación mediante la acción social de un Pueblo fuerte.
El sujeto de cambio debe producirse, no viene fatalmente ni mágicamente. Precisa de los discursos-acción que lo vaya haciendo posible.
Tenemos que en determinados momentos históricos se producen con peso un conjunto articulado de ideas, representaciones, nociones en el interior del imaginario de los distintos sujetos sociales. Es este conjunto articulado de carácter imaginario, y que toma la forma de “certezas” defendidas por los mismos sujetos sociales lo que puede transformar a estos sujetos en protagonistas de su propia historia o en sujetos pasivos y/o disciplinados por las fuerzas dominantes.
Eso lo definimos como ideología, tiene que ver directamente con la constitución histórica de los sujetos sociales, y, con la forma como estos se expresan en la sociedad. Es algo bien distinto de la noción de que la ideología sea la falsificación de la realidad, justamente porque ella es uno de los componentes fundamentales de cualquier realidad social.
Como bien ya exponía la FAU en el documento Huerta Grande: “la ideología tiene en su constitución a elementos de naturaleza no científica y que contribuyen para dinamizar la acción, motivándola en base a circunstancias que no derivan en sentido estricto de ellas. La ideología, como otras esferas sociales, está condicionada por las condiciones históricas, aunque no esté determinada mecánicamente por ellas.
En esta relación entre ideología y producción de sujetos históricos, relación que si no existiera, no habría ni ideología ni sujeto, es que se van conformando los momentos de vigencia ideológicos. Bien como, los sujetos/agentes históricos se expanden y llevan a la hegemonía de los cuerpos sociales, a partir de la vigencia de las ideologías.
Estos momentos pueden expandirse llegando a totalizarse, en otros momentos las ideologías se superponen en la misma sociedad o quedan viviendo en zonas aisladas. Frente al fruto de la fragmentación neoliberal, romper el aislamiento de representaciones ideológicas con potencial emancipador es tarea permanente de una organización política con intenciones de cambio.
En este sentido podemos concluir la importancia de la lucha ideológica, principalmente, en los tiempos históricos actuales en nuestro Continente, donde constatamos la derrota del marxismo real, la llegada violenta de la ideología neoliberal, la reducción de las acciones y los movimientos armados de liberación nacional, la derechización de las izquierdas institucionales que se van insertando cada vez más al sistema. Y en función de estos hechos contundentes, la intensa retomada de ideologías de ultra derecha que parecían derrotadas históricamente y que adquieren una nueva ropa y están con fuerza en la escena política.
Frente a todos estos cambios y pérdidas sociales, frente a la cultura que proclama el fin de las ideologías y de la historia, que declara el capitalismo y sus instituciones como la única realidad posible, es que actualmente la lucha ideológica gana dimensiones estratégicas para la producción de un nuevo sujeto histórico, capaz de confrontar a tales concepciones dominantes en base a la acción directa. A partir de la ideología, del poder de las ideas, es que se puede movilizar a los corazones y las razones, articulándolas colectivamente en una expresión de resistencia y de avance en la medida que convoca distintos sujetos sociales y los convierte en agentes capaces de reescribir la historia y concebir un nuevo mundo.
Como avanzamos hacia la creación de lo nuevo. A una sociedad organizada por el pueblo, por los de abajo.
Los viejos socialistas hablaban de construir una nueva civilización, el Che puso de moda el hablar del hombre nuevo. Durruti dijo que llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Estas cosas aluden a valores, a una nueva forma de vida, de nuevas relaciones sociales. Si algo enseña la historia, es que esto no se produce desde arriba, requiere construir un nuevo sujeto social. Y para esta construcción es fundamental la participación activa, transformadora, de ese sujeto. Construyendo nuevas formas de organizar la lucha social transformadora. Pues si el sujeto social no ha tomado contacto con nuevas, aunque sean incipientes, nociones y relaciones sociales no puede tener otros referentes que los conocidos y los tiende a reproducir.
Es construyendo fuerza social y tomando activa participación en ella que se pueden formar embriones de la nueva civilización o del “hombre nuevo”, de otro sujeto. Digamos que este es el tema de cómo se transforma la conciencia, para usar el lenguaje clásico. Por lo que se ha visto la economía por sí no transforma la conciencia. Tampoco la participación popular por sí misma, por más que sea condición de posibilidades, ella debe ir junto a una forma de construcción basada en la democracia directa. Lo que el sujeto vive y como lo vive cotidianamente, históricamente, en el marco de determinados dispositivos y luchas sería el elemento principal de cambios en su conciencia.
Poder dominante y Poder Popular
Claro está, lo dicho nos lleva de la mano al tratamiento de otro concepto: el de poder. Herramienta imprescindible. Los estudios que parecen más rigurosos nos indican algunas cuestiones fundamentales a saber: que el poder circula por todo el cuerpo social, por las diferentes esferas estructuradas. Vale decir por todas las relaciones sociales. Tendríamos así poder en lo económico, jurídico-político-militar, ideológico-cultural. Tendríamos poder en todos los niveles de la sociedad.
En las escalas menores el poder adquiere importancia también a la luz de la formación de embriones de nueva civilización, en la entramada de la resistencia y de diferentes formas de autoorganización o autogestión.
Pues hay un universo social de lo cotidiano, de dimensión chica, nodos de resistencia, que como posibilidad es una fábrica de producción de nuevas nociones y técnicas de poder popular. Hemos tenido como definición desde el año 1960 en adelante que poder no es sinónimo de dominación y que por ello no puede catalogarse como algo solamente negativo y casi sinónimo de coacción y represión. La construcción de un poder emancipatorio lleva el camino opuesto al poder de dominación.
Además, con respecto a la dominación, unos y otros estudios recientes nos dicen o sugieren que su poder no está en las instituciones o los aparatos. Sí que estos no son nunca amorfos, son funcionales y están siempre penetrados. Vale decir que por su interior circula ese poder, que esa es su real forma de existencia. Se vienen abajo aquí las clásicas tesis marxistas y de economistas y cientistas que separan las estructuras económicas, casi siempre la de producción, como antecediendo el poder o separadas de él. Articulada a la estructura de producción, por ejemplo, está el poder, lo político, lo ideológico, las clases, la lucha, la resistencia. Existen simultáneamente y así se despliegan. Siguiendo este ejemplo, decir producción en el sistema capitalista es decir clases, decir plusvalía es decir explotación, decir clases es decir violencia y represión pero también grados permanentes de resistencia y de posibilidades de creación de poder popular.
Finalmente, tenemos que decirlo, hay aquí algo medio complicado para lo libertario por cómo se ha conceptualizado históricamente el concepto Poder. Tenemos varias interrogantes: ¿El poder se transforma o se disuelve, siempre es algo negativo que hay que destruir?¿El poder es sinónimo de represión? ¿Hay formas organizadas sin poder? ¿El poder no es también y fundamentalmente capacidad de realizar? ¿No significa al mismo tiempo capacidad para la ruptura y la reconstrucción?
Afirmamos que no nos resulta lo mismo poder que poder dominante. Vemos el poder como la capacidad de realización. Realización, en nuestra concepción, de una organización social que asegure a todos la libertad, igualdad y justicia plena.
Se dice de que como se “vea” una cosa, qué ideas teórico-políticas se adoptan, que tecnología social se pone en funcionamiento, resulta de primordial importancia para las prácticas que se quieran ejecutar y desplegar. En tal contexto es que ubicamos este concepto ya que él tiene efectos de primer orden justamente en el terreno de las prácticas y de la estrategia toda.
Elementos del poder dominante. Necesidad de ruptura con ellos.
Nuestra insistencia en los objetivos finalistas y la preocupación por destacar las bases estructurales de los conflictos sociales han de formar parte obligada de nuestra prédica. Esta prédica, procurando siempre que sea consecuente, actualizada y fundamentada, es uno de los ejes principales de nuestra propaganda y acción. Está justificada con holgura en la medida que la misma está pensada como contribución a hacer posible una toma de conciencia de ruptura y transformación. Este planteo que parecerá obvio es al mismo tiempo decisivo en tanto que nos enfrenta a un problema teórico-práctico de capital importancia: el hecho de que la sociedad socialista sea probablemente la primera forma histórica conocida de sociedad que no es posible construir enteramente de manera pacífica, ni por la acción de supuestas leyes de la historia, sino que requiere de una profunda toma de conciencia colectiva. Ella es la que dará las posibilidades de ruptura.
Una vez reiterados estos conceptos generales pasamos a registrar algunos aspectos institucionales y estructurales del sistema.
Tenemos como un elemento importante la institución parlamento. Es hoy una institución en decadencia. Los parlamentos, las elecciones, que la burguesía reclamaba cuando luchaba contra las antiguas clases dominantes para conseguir apoyo del pueblo hoy ya juegan un papel secundario. Parlamentos que además en determinadas etapas del sistema jugaron un rol preponderante de contención social, rodeada de toda una construcción ideológica, de “discursos de verdad” (en sentido foucaultiano), muy desgastados en el presente.
En este momento histórico tampoco le preocupa especialmente al sistema cuidar la imagen de la democracia formal y de sus proclamados DD.HH. Son usados gruesamente para su reproducción, para mantener sus escandalosos privilegios y hasta para justificar invasiones y guerras. Esto le ha hecho perder eficacia en cuanto a credibilidad a nivel de amplios sectores populares. Toda la experiencia popular, de los de abajo, especialmente a través de sus luchas, han ido creando determinadas subjetividades. De ahí han ido surgiendo visiones distintas a las que quiere consagrar el sistema. También es cierto, que no siempre han sido de signo positivo en relación a un cambio a favor de los intereses populares. Pues esas subjetividades operan en un contexto que les da lucha y que procura crearle la mayor confusión posible.
Un proceso de cambio profundo de estructuras fundamentales tendentes al cambio del conjunto de las relaciones sociales no puede venir desde el llamado “Estado neoliberal” ni tampoco del “Estado populista”. Conceptos que más refieren a gobiernos que al Estado propiamente dicho.
Un auténtico proceso de cambio es de un tipo muy diferente.
En términos descriptivos, sabemos que el Estado comprende, cantidad de instituciones. Ejército, policía, justicia, empresas industriales, servicios sanitarios y educativos, estamento político, etc. También presidente y parlamento. Todas estas instituciones tienen cometidos teóricamente fijados en una ordenación general, ‘legal’, amplísimas atribuciones. Su forma históricamente puede variar, su política coyuntural también. Por ejemplo, en los periodos de crisis, quienes detentan el poder precisan que alguien ‘mande con fuerza’, que se actúe en función del mantenimiento del ‘orden’. Cuando se produce, sin solución dentro de su sistema, el deterioro económico-social, cuando crece el desempleo y la pobreza, saben que eso produce expresiones de descontento en aumento y entonces amplían las funciones represivas del estado. Hasta estableciendo “estados de excepción” en el seno mismo de la democracia formal burguesa. Estados de Sitio, Medidas de Seguridad, etc. Esto puede decretarse a nivel internacional, nacional o para zonas determinadas.
Hay planteos que lo presentan al Estado como muy complejo, pero es sencillo, ahí está una historia que lo muestra, dentro del sistema actual, el estado representa los intereses de las clases dominantes. Siempre representa privilegios.
No sólo el anarquismo sostiene el carácter opresor y al servicio de la dominación del Estado. Hoy hay estudios rigurosos, que tienen en cuenta todo su trayecto y las funciones que le dan existencia y permanencia. El entramado de poder al que pertenece.
Así tenemos el problema del estado como lugar de “condensación” (coagulación diría M.Foucault) de diversos poderes, como lugar específico que tiene su propia “autonomía relativa” y que es capaz de canalizar, mantener y reproducir privilegios de diferente orden.
Su dinámica centralizadora, es apta sólo para dominación, igualmente su función de disciplinamiento, control, coacción y represión. Quizás con supremacía con respecto a otros poderes que cumplen funciones de la misma categoría a nivel social. Además de la dimensión de su acción y producción singular tiene, al mismo tiempo, cierta especificidad en tanto parte del poder dominante.
Agregamos que premisas que tengan valor para el Estado en general, vale decir, para el estado en los diversos sistemas históricos, no surge con rigor mucha cosa. Pero lo que surge y que tiene consenso bastante general es: que posee el monopolio de la fuerza represiva organizada; monopolio de la “Justicia” y vendedor de esta idea de “justicia”, su carácter de defensor y sostenedor de privilegios, poseedor de dinámica centralizadora y anuladora de lo “espontáneo”, de lo que no controla, de toda la resistencia que estima peligrosa. Es el gestor de la gran operación de lo normal y anormal, del secuestro del cuerpo.
Socialización de la función política y todas las funciones comunitarias.
Socialización y Poder Popular.
Plantea nuestra Organización desde la década del 60 y que actualiza en 1986 líneas generales de orientación que estima son las que crean la real posibilidad de otro tipo de sociedad.
Realizar en términos sociales e históricos concretos los principios y valores fundamentales del pensamiento libertario, nos lleva de la mano al problema de la socialización.
Proclamamos la socialización más completa de todas las esferas del quehacer social. La socialización de los medios de producción ejercida desde los órganos de representación real de la sociedad y no del Estado, la socialización de la educación, de la administración de justicia, de las organizaciones de defensa, de las fuentes del saber y la información, y muy especialmente la socialización del poder político. En este último aspecto, propugnamos la supresión del Estado y las formas gubernamentales de poder como única garantía de eliminación de toda clase de dominación.
Obviamente, la socialización, como condición imperativa para su concreción, plantea la reapropiación por parte de la sociedad en su conjunto, a través de sus nucleamientos básicos, de los bienes y funciones monopolizadas por las clases dominantes, cualesquiera sean éstas. Una socialización que no concebimos en forma estrecha, constreñida y limitada al campo económico. Una socialización que no es la propiedad estatal. La socialización que concebimos no es un sistema cerrado, está abierto a la construcción, por eso mismo abierto a la experimentación, el debate y el inevitable error. Pero lo que sí afirmamos en nuestra concepción es que ese proceso de socialización debe ser organizado, ejercido y realizado desde los órganos reales y básicos de la sociedad y enfrentado al estado.
Estamos plenamente convencidos que esto es efectivamente posible a través de la democracia directa, ejercida por las organizaciones populares de abajo organizadas en forma autogestionaria y vinculada en un marco federalista, donde se expresan en nuevas formas institucionales esas mismas organizaciones populares. Hoy sabemos con mayor firmeza que ayer que el modelo de sociedad que proponemos no solo es posible sino que es prácticamente y de acuerdo a la experiencia histórica y revolucionaria de distintos pueblos del mundo, el único camino vigente de construcción realmente socialista.
También sabemos que la construcción de una sociedad animada por esos principios no es un acto de predisgitación política, sino que requiere de una ruptura revolucionaria con el sistema de dominación y la sustitución de las actuales relaciones de poder vigente en la actual organización social por formas originales e inéditas de poder, un poder que nosotros definimos como poder popular, y que concebimos como lo exactamente opuesto al poder político centralizado en el Estado, el gobierno burgués y sus aparatos.
Tampoco ignoramos que esa ruptura revolucionaria solo es posible luego de un prolongado y complejo y muchas veces reversible proceso de maduración, sabemos y tenemos que plantearlo con la mayor franqueza que una ruptura de esas características, es una ruptura no lineal y seguramente dolorosa. Impregnada de confrontaciones y violencia y que el recurso a la misma es un acto de legítima defensa de las clases oprimidas frente a la violencia institucionalizada de las clases opresoras. Por eso somos conceptualmente insurreccionalistas y no queremos ocultarlo porque sabemos que el ejercicio de la fuerza por parte del sistema de dominación transforma a un pueblo fuerte, si es que quiere mantenerse y proyectarse, en portador de prácticas insurreccionales. Mucho más si él es preámbulo de construcción socialista. Pero sería equivocado suponer que soñamos con insurrecciones inminentes para mañana, dentro de quince días o dentro de un año. Las insurrecciones solo se producen cuando vastos sectores populares organizados en un frente de clases y categorías oprimidas las asumen y afrontan como el único recurso de liberación y aplican su potencial en una coyuntura que abre posibilidades. Lo que sí debemos hacer ayer, hoy y mañana mismo es tratar de aportar nuestra contribución a ese proceso. Es promover y mantener en alto el espíritu de resistencia, lucha y organización. Lo que sí planteamos desde ya es la acción directa, concebida en sentido amplio, como necesaria práctica de las organizaciones del abajo para enfrentar la explotación capitalista y todas las formas de dominación. Lo que sí defendemos desde ahora mismo es la más amplia participación popular como principio de acción política y por lo tanto nos oponemos a todos aquellos ajetreos de dirigentes partidarios que al margen del pueblo e incluso de sus propios adherentes, pretenden interpretar las necesidades, las inquietudes y las expectativas de los oprimidos.
Acción directa y poder popular
Hemos mencionado de paso el concepto de acción directa, creemos que es concepto de importancia suficiente como para insistir y ampliar su consideración.
El método de actuación social y político que preconizamos ha sido y es la acción directa. Si bien la acción directa es automáticamente relacionada con el empleo de formas violentas de resistencia y lucha, el concepto engloba una mayor riqueza de contenido. Fundamentalmente se trata de hacer prevalecer el protagonismo de las organizaciones populares, bregando por la menor mediación posible y asegurando que la necesaria mediación no implique el surgimiento de centros de decisión separados de los interesados. En ese sentido, la acción directa tiene consecuencia lógica con los objetivos finales. Puesto que la gestión directa de las diversas ramas del quehacer social es la meta del Poder Popular, en rigor y coherencia sólo la acción directa puede ser la metodología que se corresponda con ese objetivo. En tal sentido, la acción directa es el complemento de la democracia directa.
Los trabajadores y todos los sectores oprimidos en la medida que aumenten las posibilidades de una práctica de la acción directa y de la democracia directa, pueden asumir responsablemente la defensa de sus intereses e ir adquiriendo la capacidad necesaria para fortalecer su posibilidad de decisión, maduran en la medida en que se hacen cargo de sus aciertos y sus errores asumiéndolos como propios y evitando subordinarse a planteos externos y ajenos que los colocan en situación subalterna.
La acción directa se expresa en múltiples variantes y en todos los niveles y expresiones se encarga de ubicar a los trabajadores y todos los oprimidos en el centro de la acción política.
En este sentido, para nosotros la lucha de clases, en sentido amplio, es el combate diario de los trabajadores y todos los sectores oprimidos que a través de su propio accionar, extendiéndolo y profundizándolo, crea las condiciones para el protagonismo, es decir, para la forja del propio destino, para la realización de sus intereses.
Con idéntico sentido, de lucha contra el poder dominante, los métodos de acción directa deben englobar todos los ámbitos de quehacer social, político, ideológico, cultural, económico, etc. que constituyen la capilaridad y el conjunto de todo el cuerpo social.
EL Poder Político y poder popular
El elemento distintivo clave del proyecto de sociedad libertaria, que merece una consideración separada y especial, es nuestra concepción acerca del poder político.
En nuestra práctica de intención revolucionaria cotidiana no sólo debemos distinguirnos por una estrategia singular de poder sino por un estilo militante que implica una particular forma de hacer política. Esto es lógico en la medida que nuestro quehacer militante se subordina y se relaciona coherentemente, además de hacerlo con nuestra estrategia de poder popular, con nuestra crítica de la sociedad y con nuestro específico proyecto de transformación libertaria. Esta metodología de trabajo revolucionario debe estar constituida por un conjunto de elementos indisociables que pautan la coherencia y la unidad de pensamiento y acción
En ese sentido, nuestra Organización reconoce que las propuestas más o menos tradicionales del anarquismo clásico se han mostrado insuficientes cuando no erróneas. Especialmente en lo referente a la problemática del Poder en general, tema sobre el que ya hemos hecho referencia.
Reconocemos por lo tanto la necesidad de ir elaborando pacientemente respuestas más acabadas a ciertas problemáticas que son claves.
Para esta elaboración reivindicamos algunas premisas.
Con respecto al tema poder político nuestra propuesta política fundamental consiste en la destrucción del Estado en tanto especial ámbito institucional de dominación política y en la supresión de las formas gubernamentales que constituyen expresión del poder dominante. Ahora bien, cuando hablábamos de reapropiación por parte de la sociedad, del conjunto de las mujeres y los hombres, de la posibilidad de ejercer las funciones detentadas por las clases o grupos dominantes, nos estamos refiriendo en lo medular, precisamente, a la desaparición del estado y junto con él toda la cultura y estructura de poder dominante que lo sustenta y reproduce.
Nos parece que hay que plantearse la reflexión del Estado desde dos planos: como terminal de un conjunto de diversas relaciones y como reproductor de ellas.
Para nosotros reintegrar a la sociedad el poder político es sustituir al Estado y al gobierno en sus funciones tutelares, dominantes y habitualmente represivas. Es socializar los mecanismos de expresión y decisión que deben serle propios al pueblo e ir abandonando los mecanismos de represión y coacción violenta en beneficio de relaciones de convivencia asentadas en la libertad responsable y el compromiso libremente acordado.
En términos de realización libertaria esto quiere decir que el poder político asume la forma de una democracia directa, federativa, ejercida desde las instituciones de base y las instancias globalizadoras que las expresan.
Por esto pensamos una democracia distinta a la meramente representativa. Por democracia directa pensamos en una nueva institucionalidad, donde no haya lugar a ningún género de privilegios, sean estos económicos, sociales o políticos. En una institucionalidad donde la revocabilidad de los miembros esté inmediatamente asegurada y donde por lo tanto, no haya espacio a la habitual irresponsabilidad política que caracteriza a la democracia representativa, ni a la creación de esa casta que ya tanta gente llaman con desdén: «los políticos».
Una práctica y una institucionalidad que debe reflejar el derecho y las obligaciones de todos los miembros de la sociedad. Su derecho a ser elegido y elector, y también su obligación a rendir cuentas en forma efectiva, práctica, cotidiana. Y esto debe ser válido tanto para las instancias más amplias de la globalidad social, como también para las instancias de base. De esta forma es que concebimos la libertad política como una construcción, un quehacer y una voluntad colectiva que no tienen límites en el tiempo. Nuestra visión política de la sociedad no es el fin de la historia. Es su continuación en la forma más armónica, libre y responsable posibles.
Este es un camino para que la totalidad de los hombres y mujeres puedan expresar genuinamente sus necesidades, pueda discutirlas, confrontarlas y madurarlas. Y puedan plasmar en decisiones políticas generales ese proceso de elaboración y de intercambio. Estas son algunas de las bases de lo que siempre entendimos como poder popular. Poder Popular que reiteramos es concebido por nosotros como el poder revolucionario protagonizado por las organizaciones populares, donde lo político y lo social adquieren una nueva articulación que lo asegura. Sin tal articulación, estimamos, no habrá poder popular real.
Además, existe en nosotros la convicción de que el tema del poder es medular para el proyecto y el quehacer de una organización política. En ese sentido para la FAU este no es un tema cerrado, al contrario continúa abierto y nos parece, hoy más que nunca, una de las grandes cuestiones teóricas y prácticas del proyecto socialista.
Participación social y responsabilidad colectiva.
La participación activa de los interesados en un proceso de cambio es otro de los temas fundamentales inherentes al Poder Popular que venimos desarrollando.
Si las organizaciones populares de base son constreñidas al papel de auditorio pasivo y de testigo mudo de las iniciativas ajenas, si se establece una diferenciación artificial entre «cuadros» capaces de tomar decisión y «masas» encargadas de la ejecución, bien poco podrá esperarse de esas mismas «masas» a las que se invoca.
La gestación de una conciencia y una voluntad protagónica es una exigencia prioritaria en la medida en que apunta a subvertir las raíces ideológicas que la burguesía se ha preocupado escrupulosamente de inculcar a los sectores oprimidos, que por esta vía aceptan como algo «natural» su dominación. El embrutecimiento, la indiferencia, la pasividad, el sentimiento de inferioridad, el fatalismo y la obediencia ciega, que el capitalismo administra y estimula con mentalidad empresarial, son cuestionados en la acción cuando esta nace como la expresión y el reflejo de una voluntad colectiva ejercitada y manifiesta.
En sentido contrario se hace evidente la inoperancia relativa de las plataformas reivindicativas y los planes de lucha, cuando estos no son el fruto de la discusión y la elaboración conscientes, en esta medida, y solo en ella, serán expresión genuina del sentir colectivo. En el traqueteo burocrático, el protagonismo de las bases aparece siempre como un objetivo que está, mediante vitalicias postergaciones, en permanente fase de preparación, en manos de la burocracia. No tiene fin en la medida que este se constituye en la continuación más fiel de la ideología burguesa, en el seno propio de las clases oprimidas.
Existe aún otra dimensión de la participación popular que consiste en la promoción consecuente de todas aquellas expresiones y experiencias populares que rompan con el paternalismo y la tutela de los organismos estatales o capitalistas. Sustituir las funciones del estado o del patrón, así sea como ensayo y en experiencias de breve duración, constituyen por su capacidad altamente demostrativa, una crítica al sistema de dominación y de las distintas variantes del autoritarismo y pueden, además, crear zonas de subjetividad antagónica.
La multiplicidad de experiencias de “base” con que la experiencia popular ha explotado las fisuras del sistema en distintos planos, creando alternativas posibles para la resolución de problemas sociales concretos, se configura como un canal de participación colectiva a tener muy en cuenta. Crea condiciones de posibilidad para prácticas de mayor calado.
La autogestión.
La autogestión de la vida social debe ser la forma natural de participación en las decisiones generales o particulares de las organizaciones de base. La autogestión se reafirma y consolida en la estricta aplicación de la democracia interna, a través de mecanismos participativos de diversa índole.
Nuestra concepción de la autogestión no se confunde con las versiones distorsionadas que la emparentan con una visión estrechamente particularista, por momentos algo atomizado y hasta capaz de convivir sin contradicción con el sistema. Por el contrario, la concebimos como un elemento de principal importancia en el proceso de ruptura y en la posible instancia de nueva construcción social. Además en el marco de las luchas reivindicativas cotidianas el movimiento popular puede y debe plantearse formas autogestionarias, incluso a nivel económico, que vayan creando las bases para el surgimiento de una nueva cultura social y laboral, realmente participativa y responsable.
Democracia directa, autogestión y federalismo son entonces los tres pilares fundamentales, complementariamente relacionados, del poder popular, del poder político en su sentido libertario, antigubernamental y antiestatista.
La práctica política.
Para evitar equívocos aclaramos que no trataremos en este punto la relación entre organizaciones políticas de intención revolucionaria y el campo de la actividad social, de “masas”.
Tenemos entonces, que los puntos desarrollados anteriormente constituyen un rico núcleo metodológico y una guía no desdeñable para la acción de intención revolucionaria. Sin embargo son en sí mismos insuficientes para dar respuestas acabadas en cada momento concreto. Tanto para la acción desde las organizaciones populares de acción social y más aún para aquella que es propia de la organización específica política de los anarquistas. Por ello vemos como necesario introducir y desarrollar primeramente el concepto de práctica política.
Para nosotros práctica política es toda actividad que tenga por objeto la relación de los explotados y oprimidos con los organismos del poder político, el Estado, el gobierno y sus distintas expresiones. Práctica política es el enfrentamiento con el gobierno como expresión del poder impuesto, la defensa y la ampliación de las libertades públicas e individuales, la capacidad de propuestas que atañen al interés general de la población o a aspectos parciales del mismo. Y práctica política es también la insurrección como instancia de cuestionamiento violento e intento de cambio profundo en una coyuntura idónea. Práctica política son igualmente las propuestas que recogiendo los reclamos populares enfrenten los organismos del poder dominante, que presentan soluciones a temas generales y concretos y obligan a aquellos organismos de poder a adoptarlas y hacerlas válidas para el conjunto de la sociedad. Tomando como ejemplo a la formación social uruguaya, son las propuestas de Amnistía para los presos políticos, plebiscito contra la impunidad, movilizaciones que amplíen derechos populares, las que como la Ley Orgánica Universitaria intentaron mediatizar el peso del poder político en la enseñanza o las que tratan de lograr lo mismo en otras áreas sociales. Son ellas expresiones de práctica política y allí debemos estar presentes, porque es esa presencia la que nos justifica, día a día, como Organización Política. Porque el rol de una Organización Política no es ni puede ser la de un cenáculo de reflexión o meditación ideológica, de doctrinarismo. Sólo nuestra participación en el drama cotidiano del pueblo justifica nuestra existencia.
Así como hay prácticas políticas reaccionarias, conservadoras, liberales, reformistas, etc. debe haber una práctica política de intención revolucionaria. Y es la presencia en el quehacer político, permanente, con un perfil revolucionario o combativo la que permite ir acumulando las necesarias fuerzas capaces de nutrir un proceso de ruptura.
Un segundo e importante aspecto designado por la práctica política es el que tiene que ver con el análisis concreto de coyunturas políticas concretas y fundamentalmente con lo que de este se deduce, es decir: la relación, disposición y orientaciones de las principales fuerzas en pugna, las líneas fundamentales de agitación en cada etapa y, por lo tanto, los centros fundamentales de accionar de la organización.
Por último, y aun cuando a esta altura seguramente es redundante señalarlo, la importancia de la práctica política estriba en que ésta, unida a las razones tácitamente aportadas hasta ahora, es el elemento que corona, justifica y define a nuestra organización en tanto tal.
La FAU como organización de la acción política
Nos referiremos aquí, más expresa y específicamente a nuestra Organización. Sus intenciones, sus propósitos y cómo ve su articulación con el campo social.
La FAU pretende ser una determinada expresión política de los intereses de las clases dominadas: explotadas y oprimidas, y trata de ubicarse al servicio de las mismas, aspira a ser un motor de las luchas sociales. Contraria a toda concepción elitista, vanguardista y autoritaria su relación con el campo de la acción social es horizontal. Es decir, contrario a subordinar o mezclar o desconocer las dinámicas específicas del campo social y sustituirlas así por la acción de la organización política. Sostenemos que son dos campos que respetando sus especificidades debieran marchar unidos con la correspondiente articulación que no inhiba la acción que corresponde a cada uno.
Un motor entonces que ni sustituye ni representa directamente a los oprimidos. Que sí, pretende dinamizar, organizar y contribuir a superar esa dinámica que se ha llamado “espontánea” en el movimiento popular. Un aporte que ayude a canalizar resistencias hacia el campo propio, que ayude a trascender los vaivenes de la coyuntura y asegure continuidad a las rebeldías, las luchas cotidianas, las expectativas y aspiraciones, así como los elementos ideológicos de ruptura que se van produciendo.
Para nosotros, la Organización política es también un ámbito donde se va acumulando la experiencia de la lucha popular, tanto a nivel nacional como internacional. Una instancia que trata de impedir que se diluya el saber que los explotados y oprimidos van adquiriendo a través del tiempo. Una herramienta para dar la lucha a las confusiones sembradas desde el poder dominante para ser explotadas en su beneficio.
Concebimos que la Organización Política actúa también como escenario de producción de los análisis coyunturales, de orientaciones fundamentales y de estrategias globales tanto para el largo plazo como para acción del presente. Por ello, es la Organización Política la instancia adecuada para asumir los distintos y complejos niveles de actividad que puede exigir la labor revolucionaria; es la instancia idónea capaz de asegurar el conjunto de recursos técnicos, materiales, políticos, teóricos, etc. que son condición indispensable de una estrategia de ruptura que debe mantenerse en el tiempo y en el marco de un mar de dificultades con constantes y diversos enfrentamientos con el Poder Dominante.
Reiteramos nuestra visión de la Organización Política es contraria a las distintas formas de «vanguardismo», de «depositores de la conciencia» en fin, de grupos auto-elegidos, que se sienten tocados por el dedo de Dios. La Organización, respetando otros niveles, manteniendo y promoviendo el espíritu de revuelta, asume como propias todas las exigencias presentes y futuras de un proceso revolucionario.
Es desde la labor militante organizada, tanto social como política, y sólo desde ella que puede promoverse coherentemente y con fuerza redoblada la creación, fortalecimiento y consolidación de las organizaciones populares de base, que constituyen los núcleos del poder popular revolucionario.
La organización política no es una cosa acabada, está sujeta a influencias diversas que van exigiendo adecuaciones. También es una instancia especial de aprendizaje en relación con las luchas sociales con las que articula su accionar.
Y finalmente, en el estricto ámbito de la acción política, y reconociendo la existencia de otros, es que reivindicamos lo político como un ámbito separado. Concebimos, entonces, a la Organización política anarquista inserta en la acción popular como herramienta que aspira a hacer realidad nuestros principios libertarios.
Periodo de transición hacia la sociedad socialista libertaria.
Pueblo fuerte y Poder Popular
Luchamos por una utopía que pone un horizonte. Una utopía que comprende una forma distinta de organización social y de convivencia entre los seres humanos. Esa utopía parió, como lo vemos nosotros, un proyecto general de acción social-política y una aspiración de igualdad y libertad.
Sabemos, nuestra propuesta trata de una forma de organización social aún no experimentada. Con pocas y breves referencias históricas. En ese sentido nos planteamos lo que se quiere presentar como imposible, para hacerlo realidad. Así concebido, ese imposible es lo que demora un poco más, exige más esfuerzo, tenacidad, imaginación y responsabilidad.
Hay toda una gama de exigencias durante el trayecto de cambio. Las que corresponden a lo que se ha llamado comúnmente “acumulación de fuerzas”; las de un período de alto enfrentamiento contando ya con fuerza social capaz de iniciar un nuevo ordenamiento social y finalmente la que va consolidando ya, sin lo fundamental de las viejas fuerzas enemigas a la vista, la construcción de la nueva sociedad. Para las dos últimas etapas numeradas aceptaremos, provisoriamente, la palabra transición. Ella es la que ha sido más usada para designar procesos más o menos semejantes.
El periodo de acumulación de fuerzas, con su correspondiente estrategia y táctica y todos los elementos que lo componen no es algo que pueda ser totalmente separado de la transición pero nos parece que es tema que merece ser tratado en relación con muchas cosas que le son específicas.
Trataremos entonces, primeramente, la transición solo referida a las dos últimas etapas.
La transición es un tema que los socialistas revolucionarios del siglo XIX no pudieron enfrentar de manera sistemática por limitaciones históricas. También por lógicas limitaciones epistemológicas. Sus saberes estaban vinculados a su época y sus expectativas históricas y revolucionarias eran otras. Quizás con una esperanza y pasión de más cercanía. Es así que en este plano solo aparecen, por aquí y por allá, escuetas menciones generales.
En nuestro ámbito libertario a través de pensadores como Bakunin, Kropotkine, Malatesta, hay valiosos aportes parciales que de hecho pertenecen a un espacio de transición.
A esta altura se hace imprescindible tener en cuenta experiencias y elaboraciones que refrescan y enriquecen nuestra doctrina libertaria y los caminos a tomar para un auténtico proceso de transformación. Los elementos teóricos-políticos, los conceptos y categorías que intentan dar cuenta de la realidad, como todas las cosas, sufren modificaciones ampliaciones y desarrollo y todos sabemos que el refresco y el esfuerzo de puesta al día es fundamental para toda organización que desea operar en su tiempo y su medio.
En el siglo que recién nos dejó la defensa del socialismo real o diversos modelos leninistas, condicionada por circunstancias de sobrevivencia de su funesta experiencia, limitó, salvo honrosas y escasas excepciones, el análisis de esta temática a un nivel panfletario, dogmático y sumamente simplista, hoy ante los nuevos hechos históricos hay un retorno al punto de partida para toda esta problemática.
Debemos reconocer que en nuestro movimiento es inexistente la literatura acerca del tema. Es más parece ser que él ha sido constantemente soslayado. Si acaso, aparecen menciones aisladas y parciales que apenas se corresponden con este problema. Pero un tratamiento sistemático de él no ha sido realizado. Ni siquiera aparece planteado como problema de trascendencia.
Y sin embargo, no hay duda, es un tema relevante que tiene efectos sobre el conjunto del trabajo revolucionario a realizar antes, durante y después de la desestructuración, de la deconstrucción, del orden capitalista. De tanta importancia es que de acuerdo a como se interprete esta temática se harán determinados encares y se establecerán determinadas prioridades.
Hemos designado período de transición a aquel período que tiene la fuerza social de producir un evento revolucionario y de dar comienzo a una nueva forma de organización social. Para nuestro caso específico este comienzo lo pensamos orientado hacia una sociedad comunista libertaria.
Ante que nada conviene establecer una premisa que para nosotros alumbra todo este planteo. La sociedad socialista y libertaria no puede surgir por «evolución» del seno de la sociedad capitalista. Este sistema no hace lugar a modificaciones en tal dirección. Combate firmemente todo intento de modificación de sus estructuras fundamentales. Tiene mecanismos montados a tal efecto. Es enemigo declarado de este cambio. Un nuevo orden social, correspondiente a otro sistema, derivará de una ruptura. Vale decir, del enfrentamiento de fuerzas que llevan sus propósitos a fondo. Una verdadera lucha de poderes. El dominante y el del pueblo que emerge.
En el proceso previo los elementos relevantes para esa ruptura serán fieramente atacados por el sistema que trabaja siempre para su reproducción. Componente que afecte esa reproducción fundamental será violentamente atacado. Violencia que puede expresarse en distintos niveles: político, jurídico, ideológico, económico, social. Hasta dando una prioridad coyuntural a uno de sus niveles.
Nos parece aquí necesario hacer una mención aunque sea breve sobre la instancia que no incorporamos al periodo de transición.
Sin duda a esta altura del discurso es necesario destacar algo que es fundamental, hay un conjunto de actividades que pueden y deben ser realizadas en el seno de las sociedades capitalistas. Actividades sociales y políticas que permiten un ejercicio de participación y resolución de problemas a la población. Ellas generan, al mismo tiempo, nociones y experiencias que hacen al crecimiento de la conciencia y a la confianza en las propias fuerzas. De este proceso previo vendrá la fuerza capaz de la confrontación al sistema y las condiciones de posibilidad de su ruptura. Es la etapa de construcción de Pueblo Fuerte. Es en tal marco que se puede y debe desplegar la Resistencia organizada de los explotados y oprimidos. Un Pueblo Fuerte teniendo como eje esa Resistencia organizada irá dando forma orgánica, de institución distinta, a todo lo rebelde y confrontativo que se vaya construyendo.
Mayores serán las posibilidades de formas de organización de poder popular cuanto más se haya desarrollado la participación popular en la etapa previa a la transición. Mayor también la presencia de participación, de democracia directa y autogestionaria, de federalismo, de nueva institucionalidad que descanse sobre la igualdad y libertad.
Antes de continuar con el tema transición nos parece necesario sentar otra premisa para evitar equívocos.
La desestructuración de un sistema abre nuevas posibilidades, surgen combinaciones nuevas que no estaban en el orden anterior. Pero sería negativo idealizar, creer que todo lo que encontraremos será de signo positivo y que las herencias malditas del sistema desaparecen así como así. Se puede suponer espacios mayores para el desarrollo de la nueva experiencia y la instalación de una dinámica social que vaya favoreciendo el nuevo entramado. Pero también, la experiencia existente da indicaciones, permite suponer la continuación de remanentes del viejo sistema apareciendo con otras formas o hasta ser él, arbitrariamente y por razones varias, recordado distinto a lo que era por sectores de población. Dicho sea de paso la esfera ideológica tendrá que ser de fundamental atención en tales circunstancias. Los nuevos valores estarán estrechamente vinculados a ella.
Creemos, también, que esa etapa no puede verse con una mirada preñada del horizonte que hoy tenemos frente a nuestros ojos. Han de surgir posibilidades positivas que no podían ser imaginadas en la situación anterior. No sería correcto entonces ver solo los referentes anteriores sin incorporar el «salto» que habilita la ruptura para iniciar un proceso de poder popular camino del socialismo con libertad. De todas maneras el «salto» no produce posibilidades ilimitadas, posibilidades mágicas. Las posibilidades de un determinado avance del ordenamiento social después de la inicial ruptura guardarán fundamental relación con la realidad que le precedió.
Pero es previsible que se presenten problemas que entorpecen o resultan negativos y hasta contradictorios con el proceso que se procura. El volumen de esa fuerza no se puede estimar a priori, seguramente será distinta en uno y otro lugar. Los nuevos mecanismos organizados tendrán que dar su lucha a estos elementos del pasado que están aún ahí.
Sí, teóricamente es de presumir que no cambiará radicalmente a nivel general toda una cultura de corte autoritario, individualista, de poca participación, de cierta sumisión al arriba. Una milenaria cultura que ha echado sus raíces. Algo de aquello a lo que se refería lúcidamente Bakunin: «el ser humano está determinado por las innumerables relaciones políticas, religiosas y sociales, por los hábitos, las costumbres, por todo un mundo de prejuicios o pensamientos elaborados en el correr de los siglos.» O que diría Foucault más adelante: “Lo que hace que el poder se sostenga, que sea aceptado, es sencillamente que no pesa sólo como potencia que dice «no», sino que cala de hecho, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; hay que considerarlo como una red productiva que pasa a través de todo el cuerpo social en lugar de como una instancia negativa que tiene por función reprimir”.
Para nuestro tiempo habría que agregar aunque sea muy brevemente lo dominante de la etapa sistémica en que nos encontramos. Deleuze dice con cierta ironía respecto a la sociedad disciplinaria: «Es posible que los más duros encierros lleguen a parecernos parte de un pasado feliz y benévolo frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan». Agrega a propósito: «Lo que más falta nos hace es creer en el mundo, así como suscitar acontecimientos, aunque sean mínimos, que escapen al control, hacer nacer nuevos espacio-tiempos, aunque su superficie o su volumen sean reducidos”. Malatesta decía algo semejante:
“Debemos procurar que el pueblo, en su totalidad o en sus varias fracciones, pretenda, realice, por sí mismo, todas las mejoras que desee, tan pronto como las desee y tenga fuerza para realizarlas, y propagando siempre nuestro programa completo, y luchando siempre por su realización integral, debemos empujar al pueblo a que pretenda y consiga cada vez mayores fines, hasta que llegue a su emancipación total”…
“Se trata en suma de educar para la libertad, de elevar a la conciencia de su propia fuerza y de su capacidad a hombres y mujeres habituados a la obediencia y a la pasividad».
De todas maneras, sociedades de control con buena parte todavía de disciplinamiento, nos alertan más que nunca que no hay que olvidar que presumiblemente la transición es un período sumamente conflictivo, en el que sus protagonistas se encuentran bajo la presión de situaciones límites, de conflicto entre el deber ser y lo que es, debiendo tomar decisiones particulares y globales sobre las que no hay suficiente experiencia ni la seguridad plena. Decisiones que lamentablemente en muchas oportunidades pueden no ofrecer alternativa clara ni nada ideal.
Tampoco debemos olvidarnos que en la historia son innumerables las transiciones que devienen en situaciones permanentes, más allá de las intenciones de una parte de sus actores.
A las causas interiores señaladas hay que agregar las exteriores, sean desde el marco internacional o desde el interior de la sociedad, sean los elementos reaccionarios o sean quienes también en discordancia con la sociedad anterior propugnan un modelo de cambio y de sociedad antagónico al que queremos construir. Se conjugará aquí la nueva situación posrevolucionaria, las fuerzas sociales y políticas en juego, las luchas ideológicas, el estado espiritual de la población, los avances posibles y la atención de la vida social en todos sus aspectos. Cada proceso ofrecerá sus posibilidades específicas, pero el modelo de transición parece ser común a todos
Sí, junto a lo nuevo que llega tenemos a todas las dificultades que pueden estar presentes en una primera etapa de la transición. Tanto esto como el periodo de construcción de Pueblo Fuerte es algo que hay que asumir o renunciar a participar en la historia.
Reafirmando realidades que un proceso de ruptura planteará
Tenemos entonces, que aun estimando las posibilidades que genera el «salto», en la instancia de ruptura, una revolución no hace espacio para un ordenamiento social libertario inmediato. Aun tomando como modelo una cierta historia de participación social previa de la población. Siguen, seguramente, caminos dinámicos a recorrer para obtener este logro.
Es necesario detenernos un poco y examinar y reiterar, aunque sea brevemente, las consecuencias prácticas que en todos los ámbitos conlleva este concepto Transición.
Por de pronto, la revolución no la harán solo los libertarios. Es de suponer que varias organizaciones políticas y sociales de distintas orientaciones ideológicas estarán presentes; que algunas fuerzas del orden destruido seguirán operando. Al mismo tiempo, como más arriba señalamos, los cambios en las costumbres y formas de pensamiento de la gente no serán tan radicales como para matar todo un largo pasado. Todo esto establece límites al proceso que se inicia. Importante es el ubicar esos límites para no proponer inviabilidades que nos pueden dejar fuera de toda incidencia. Pues como dice Malatesta “la vida debe continuar al otro día de la revolución y si no se puede organizar libertariamente esa vida la gente preferirá el autoritarismo a la ausencia de funcionamiento social”.
Sentado ya el criterio de que no habrá una sociedad libertaria al otro día de la revolución, es obligatorio plantearse todo lo concerniente a como es este período de transición hacia lo que se propone como ordenamiento social más acabado: socialismo con libertad. Cuáles son las propuestas generales, a adecuar a cada circunstancia histórica concreta, igualmente sobre formas de organización social para los distintos niveles: económico, político, jurídico, ideológico-cultural, militar (organismos regulares de defensa de la revolución) etc.
Desde el presente creando Pueblo Fuerte y Poder Popular
Se trata antes que nada de tener en cuenta y valorar los esfuerzos cumplidos por los pueblos a través de su historia, las luchas para mejorar sus condiciones de vida. Junto al sometimiento que procuró y mucho logró el poder dominante, tenemos que el ser humano es al mismo tiempo también portador de resistencia durante todo ese tramo histórico. Portador igualmente de saber popular. Las innumerables luchas de los pueblos por justicia, por múltiples cambios sociales y culturales, por mejores condiciones de vida bien lo reflejan.
Reafirmaremos primeramente conceptos fundamentales que orientan nuestro accionar social-político. Creemos que el proceso de acuerdo con el modelo de sociedad socialista y libertaria que queremos construir, nuestra acción en el hoy y aquí y en el mañana de la transición se da sobre tres ejes interdependientes e indivisibles: Pueblo Fuerte, Poder Popular y la presencia permanente de la organización Específica. Sobre lo primero tal como ya dijimos, todo acto de democracia directa, de participación, de acción directa, de práctica autogestionaria es un aporte en tal construcción. Pero simultáneamente es importante asumir la lección de la historia de que es imposible un proceso hacia una sociedad socialista libertaria sin una organización política anarquista fuerte inserta en la realidad, con una estrategia revolucionaria que contemple los métodos a aplicar en cada coyuntura.
No bastan frases generales y vagas. Hay que orientarse a pensar desde el vamos el funcionamiento de la economía, las instancias globales de decisión política, lo ideológico, la articulación de las distintas áreas sociales, los valores a resaltar. etc.
Hay que desalojar las consideraciones que excluyen un conjunto de problemas prácticos detrás de algunos supuestos, esos que la historia se ha encargado de invalidar. Es común aún encontrar en nuestro movimiento y entre los clásicos teóricos del socialismo, el supuesto, sino expreso si implícito, de que los problemas que impiden una justa y solidaria organización social son «externos» a la gente. Se trataría de estructuras económicas y políticas como el Estado las que estarían impidiendo que se expresara una especie de bondad innata que está pugnando por salir a la superficie social. Se trataría tan solo de quitar esas estructuras (que así visto, nadie sostiene) y lo demás vendría solo. Es de primera importancia que la construcción subjetiva sea estimada como corresponde.
Una parte de esto, obviamente, es verdad. Esas estructuras fundamentales del sistema tienden a reproducirlo. Solo su destrucción habilita un sistema distinto. Pero, de ahí a la creencia que la disposición al cambio profundo es algo casi dado hay un buen trecho. Como ya se ha señalado, la gente lleva sobre sus espaldas siglos de nociones y representaciones, de referentes políticos y de convivencia, de individualismo negativo. Hay prácticas sociales y políticas que tienen raíces profundas. El poder no solo está en el Estado y en forma exterior a la gente. Hay subjetividades que pueden reproducir lo anterior o producir nuevas formas de explotación u opresión.
Reiteramos, la complejidad que reviste un proceso de transformación exige un alto nivel de comprensión de los distintos mecanismos sociales; del imaginario social existente en los diferentes momentos. Es de importancia el procurar que las herramientas de análisis no se anquilosen, que pisen realidades que tienen muchas interacciones dinámicas, que dé cuenta de las distintas fuerzas en juego.
Para avanzar hay exigencias insoslayables. Caminar con un proyecto finalista con tal ductilidad que pueda él ser operativo en las más diversas circunstancias coyunturales. Plantearse y resolver problemas, planificar periodos de acción, estar atento a los cambios, estimar las fuerzas propias, las del enemigo y de amigos puntuales. Desarrollar una capacidad de análisis que permita adelantarse en algo a acontecimientos para poder operar con mayor eficacia en ellos. Trabajar por un desarrollo técnico y político que permita la incidencia pertinente. Estar atento y escuchando lo que la acción social va enseñando para que la Organización no pare en su aprendizaje y vaya realizando los ajustes y correcciones pertinentes.
No hay duda, el avance hacia un Pueblo Fuerte requiere de todo un aprendizaje que incorpora nuevas formas de funcionamiento. Hay que ir creando las formas orgánicas e institucionalidad que le corresponde. Procurando transitar en todo su quehacer con prácticas de una independencia social consecuente. Camino que requiere el desechar viejos y vigorosos mitos que todo parece indicar están dispuestos a irse muy lentamente y sin dejar de dar la lucha previa. Pero, alentados siempre de la esperanza y la convicción que con las herramientas adecuadas y la lucha pese a las dificultades que se presenten, la victoria final será del pueblo resistente.
Ordenamiento social sin Estado ni dominación.
Reiteraremos un tema que tratamos al principio pero ahora desde otro ángulo, teniendo presente la temática que fuimos tratando en el transcurso de estas consideraciones generales.
La destrucción del Estado (entendiendo por Estado la forma actual jurídico-político de la sociedad de clases, pieza articula al sistema, que trabaja para la legitimación de las relaciones sociales vigentes), no es un acto puntual, coyuntural, sino una acción continua, permanente de destrucción y simultáneamente de construcción de un nuevo relacionamiento social, es un proceso que no necesariamente es uniforme y lineal.
La forma que podría llegar a adquirir otro ordenamiento en esa transición necesaria la designaremos hoy con el nombre de Poder Popular Democrático. De democracia directa claro está.
Significa esto que intentamos avanzar hacia ese Poder Popular Democrático que concebimos como etapa previa a un socialismo con libertad.
La participación popular será una orientación constante y prioritaria de todo ese período, comprenderá todo el espectro de actividades sociales y políticas.
De alguna manera se conjugará aquí la nueva situación posrevolucionaria. Cada proceso tendrá sus posibilidades y su especificidad, pero el modelo general de transición que nos parece viable y consecuente es el mencionado.
Los planteos hechos más atrás sobre democracia directa como sistema social y acción directa como orientación guardan estrecha relación con la definición que aquí hacemos de Poder Popular Democrático.
Como ya señalamos, históricamente es impensable que sean los anarquistas solos los que hagan la revolución. Igualmente impensable que solos hagamos la reconstrucción. Pues, en un marco de construcción de lo nuevo, ello implicaría, intenciones aparte, una concepción de dictadura que no permitiría la expresión de la discrepancia o de distintas propuestas. Aún en el caso de ser mayoría se estaría confrontando y acordando. Y eso es el principio básico de nuestro concepto de la práctica política. Está fuera de nuestra concepción una sociedad de doctrina ideológica única y de organización política única. La doctrina válida de libertad está en estricta relación con lo que pueda construir cada sociedad en ese sentido. Claro está, hay un marco por el que seremos intransigentes: contra cualquier forma de explotación o dominación.
Es imposible adivinar cuáles y con qué característica serán los actores hegemónicos en una futura coyuntura revolucionaria. Pero debemos admitir que podemos no ser la fuerza mayoritaria. Por eso importa de qué forma estaremos presentes.
No descartamos que podremos llegar a ser, y eso depende de nuestro desarrollo político, una fuerza de alguna gravitación en algún proceso revolucionario. Lo que implica tener claro todo lo que hay que confrontar y compartir.
El nivel político hoy y mañana
Es sabido, hay muchas veces un pensamiento deseoso que se sitúa por fuera de las realidades sociales. Cree posible todo lo que se elabora a nivel de procesos de pensamiento. Asumimos que algunos discursos libertarios tienen algo de esto. De ahí puede venir, hay que evitarlo, la subestimación de problemas concretos que hacen a la acumulación de fuerzas para la ruptura y al tránsito posible después de ella.
Dos temas importantes a reiterar : 1) concepto de exterioridad y de cómo es el ser humano social; 2) confusión de procesos sociales con procesos de pensamiento han arrojado, en general, un saldo muy negativo.
En nuestras tiendas en virtud de estos y otros conceptos, en oportunidades, se ha despreciado la labor específica política. Estaría implícito algo así como que una sociedad con libre articulación de todas sus instancias sociales, con toda la gente participando, no precisaría de la instancia política específica.
Esto quizás pueda esperarse de una sociedad acabadamente libertaria, cosa que habría que ver si en ella esto es posible. ¿Con qué fundamento histórico podríamos hoy decretar la defunción de la instancia globalizadora del nivel político?
Pero regresando al tema que nos ocupa, esa abstracción se pretende trasladar al presente y por añadidura a la etapa de transición. Por ahí puede estar viniendo esa falta de idoneidad política del anarquismo, esa falta de «oficio» a la que hace referencia Peirats refiriéndose a las experiencias de España y que es trasladable con carácter más general al anarquismo. Aquella carencia, aquella falta de oficio de la que hablaba Peirats al referirse al rol del movimiento libertario en España, es consecuencia de varios hechos:
1) La ya mencionada carencia e imprecisión sobre el período de transición. El absoluto revolucionario y anarquista, eternamente postergado para el mañana, anula la posibilidad de buscar respuestas para el hoy.
2) El rechazo y la confusión sobre lo que es acción política, que se identifica solamente con mecanismos y prácticas propias del sistema.
3) Una visión totalizante del accionar revolucionario, donde no se percibía como necesario la confrontación y acuerdos con otras fuerzas.
4) La confusión, la contradicción en prácticas sociales y políticas en situaciones complejas por ausencia de una experiencia en la labor política y en el ejercicio que de ella emana.
Para nosotros la acción política es una instancia, al mismo tiempo que globalizadora, de síntesis que la sociedad debe brindarse para ir resolviendo los problemas de carácter general y “nacional”. Es una instancia que va más allá, abarca mucho más que lo simplemente corporativo, parcial o regional. Es a través de ella donde se hace posible ir resolviendo el conjunto de necesidades y problemas globales de la población de un país, de una formación social.
La acción política es instancia específica y diferenciada y constituye un espacio particular de las prácticas. La organización que la expresa, es decir la Organización política, debe comprender esa particularidad.
Las confrontaciones, contradicciones, acuerdos que se dirimen en el campo político tienen un tenor general y sintético. Por lo menos hoy y en el periodo de transición la organización política se diferencia de las otras prácticas sociales por los temas que aborda y la forma en que los trata. El hecho de que debe procurarse una articulación distinta a las conocidas por parte de la organización política libertaria con las otras prácticas sociales no resta el carácter especial que aquella tiene.
El proceso de ruptura y el de la Transición requieren una organización política revolucionaria fuerte y de desarrollo parejo, con adecuado conocimiento: de las fuerzas en pugna, de los distintos acuerdos a que es posible arribar, de los movimientos generales de la coyuntura, del estado ideológico de la población. Igualmente: buen desarrollo técnico, planes para periodos, propuestas para todo evento relevante, especial conocimiento del medio en que se opera.
Conscientes somos que las precedentes consideraciones no agotan, ni por lejos, el tema de la transición y el Poder Popular. Hemos procurado en esta oportunidad dejar planteado, quizás más precisamente, un problema que venimos procesando en acción y pensamiento desde hace décadas y que hemos entendido de principal importancia para nuestro futuro.
Algo sobre nuestro proyecto.
Nuestro proyecto revolucionario anarquista es consecuencia lógica de la crítica y de nuestras aspiraciones de una forma de convivencia entre los seres humanos. De una vida social organizada sin dominación.
El anarquismo como crítica del capitalismo y del Estado, como crítica de la burguesía y de la burocracia, como crítica de la dominación, el privilegio y la injusticia en cualquiera de sus formas, como crítica radical del autoritarismo deviene necesariamente en actitud de lucha y en las luchas sociales de las clases y categorías sociales oprimidas encuentra su razón.
Nuestra crítica y nuestro proyecto no se agotan en el levantamiento, la protesta y la rebelión sino que maduran en un modelo de sociedad libertaria inconfundiblemente socialista, en una estrategia de ruptura revolucionaria en base a Pueblo Fuerte y Poder Popular y en un estilo militante combativo y de agitación permanente, con el estar en los problemas concretos y cotidianos del pueblo, de los de abajo, pero en la perspectiva siempre hacia las transformaciones sociales en gran escala. Este proyecto se canaliza a través de la organización del campo social y político portando intenciones revolucionarias.
En América Latina y el mundo nuestro proyecto anarquista, hoy como ayer, recobra actualidad y posibilidades de acción en zonas de actividad donde se va expresando el protagonismo popular y en aquellos ámbitos que tienen que ver con la calidad de la vida, la lucha contra la miseria, la destrucción de la naturaleza, las discriminaciones, toda forma de dominación. Luchas de las cuales históricamente el pensamiento libertario ha intentado ser vocero. En nuestra formación social nuestra actualidad y reconocimiento podemos hallarlo en las distintas instancias sociales donde algunos sectores de pueblo buscan su protagonismo, donde enfrentan injusticias y exigen reivindicaciones y en aquellas luchas generales del pueblo por una existencia mejor.
Sobre el programa. Preocupaciones y prevenciones.
El programa “lo situamos específica y concretamente en el campo de las prácticas sociales. En el campo que se expresan las tensiones y luchas sociales». El programa recogerá la evaluación que se realice acerca de la etapa en la que está el sistema en nuestra formación social y ubicando el espacio de acción existente desplegará su trabajo. El programa comprenderá «la orientación del conjunto de nuestra acción para un periodo». Se trata de no ir haciendo lo que salga, ni estimar aisladamente cada cosa que aparece, ni desanimarse por que el avance no es inmediatamente visible. Se trataría sí, de fijar objetivos y avanzar hacia ellos. De escoger acción y establecer prioridades en función de esos objetivos. Lo dicho implica, claro está que habrá actividades que no encararemos, hechos en los que no estaremos. Ellos pueden parecer importantes y hasta espectaculares, pero, no cuentan si no encajan en los propósitos para la etapa de nuestro programa. En otros casos, que si encajan, podemos estar en minoría absoluta o con grandes complicaciones pero ellas son actividades que condicen con nuestros objetivos. Elegir lo que está de “moda”, lo que está promovido con intensiones e intereses distantes a los que nos mueven, hacer lo que más nos guste o menos complicaciones nos traen no es una política correcta. Por el contrario, las diversas luchas, experiencias, reivindicaciones, por mejoras o defensa de conquistas que lleva adelante la población deben contar con nosotros. Obviamente más intensamente aquellas de tono combativo y adecuado sentido social. Pero, solamente estar no alcanza. Hay que estar con una «intención». Por la gran movilidad de la situación social es conveniente establecer programas tácticos de corto aliento. Es igualmente imprescindible manejarse con tiempos. No resulta posible evaluar la eficacia de un trabajo en términos de meses o un año. Hay tareas que van dando sus frutos en términos de cierto tiempo. Las cosas hechas en perspectiva muy corta, solamente puntual, dejan poco o nada de saldo. Se sabe una acumulación político-social es tarea’ compleja y depende de múltiples factores. Se combinan en el tiempo aciertos y errores, correcciones y reiteraciones. Para cierta cultura que anda en la sociedad podemos agregar que, creatividad no es cambiar de onda a cada rato sino «inventar» y refrescar en el marco de un objetivo y de una tarea metódica que mantenga regularidad. Una cosa es creación y otra inestabilidad. Un proyecto de cierto tiempo requiere perseverancia, regularidad y cierta estabilidad. Y esto de regularidad hay que recalcarlo, lo trascendente es el trabajo de todos los días, la continuidad en una estrategia diagramada, que las distintas tareas sean finalmente convergentes. El puntualismo, la tarea episódica como política no conduce a ningún puerto.
La resistencia y las luchas de nuestro tiempo.
Vemos que con mayor o menor intensidad, el cuestionamiento del conjunto de fenómenos que comúnmente denominamos crisis se transforma en opción de lucha. Luchas parciales y reivindicativas, algunas de cierto contenido revolucionario con mayor o menor comprensión acerca de las raíces históricas y estructurales de esa crisis, con características peculiares de acuerdo al contexto social concreto que les sirve de marco. Sea como sea la lucha por una mayor justicia social, política o económica, la lucha por nuevos modelos de convivencia, se nos presenta como única alternativa cierta y como atributo irrenunciable de los oprimidos. Ya se trate de la lucha donde resiste y se reimpulsa bajo formas nuevas la independencia de la clase trabajadora, aun pujando fuerte en contextos sindicales que operan como poleas de transmisión de partidos reformistas o francamente integrados al sistema, o las luchas de nuevos movimientos sociales contestatarios. Ya se trate de las luchas contra la miseria, las desigualdades, las discriminaciones, el racismo, en defensa del eco-sistema, las injusticias económicas, de distintas formas de tiranías políticas o de minorías oprimidas o las luchas directamente antimperialistas. Sea donde sea, asumiendo las características específicas que cada sociedad y cada coyuntura exige creemos deseable la inscripción en ellas de un proyecto de ruptura y una resistencia organizada.
El desgaste y el alto nivel de descreimiento sobre la forma tradicional de hacer política abren espacios a nuestra concepción de participación efectiva de la gente, de prácticas de acción directa popular, de construcción de Pueblo Fuerte.
Está claro que no alcanza con constatar que el modelo llamado «socialismo real» terminó en fracaso y que nunca fue una alternativa realmente socialista; que la formal democracia burguesa es una ilusión tramposa y brutalmente desigualitaria. Tampoco que ha avanzado el descreimiento sobre las «virtudes» de esta «democracia». Los espacios que producen un conjunto determinado de relaciones para que sirvan a un proceso de signo de Poder Popular deben ser ocupados intencionalmente. Es relevante tener en cuenta en todo momento que el espacio que no ocupa una concepción la ocupa otra.
Etapa de Pueblo Fuerte y Resistencia.
El Frente de clases y categorías sociales oprimidas como sujeto de cambio.
Nos hemos planteado la necesidad de un desenlace popular como corolario de un largo proceso de luchas de orientación revolucionaria y, en consecuencia, el necesario protagonismo de las organizaciones populares de abajo, finalmente una nueva e inédita estructura político-social que articule adecuadamente el protagonismo del pueblo todo en un marco de Poder Popular y Democracia directa y federativa.
Una nueva estructura antiautoritaria por excelencia, la que está anunciada desde los comienzos socialistas por los libertarios en rasgos generales aunque asumimos que insuficientes.
Estos elementos son partes sustanciales de nuestra estrategia de poder popular, son condiciones insustituibles de un recorrido auténticamente socialista y libertario en la peripecia revolucionaria de nuestros pueblos. Tenemos unido a ello una etapa previa de Pueblo Fuerte.
Todo este proceso, especialmente el de etapa previa requieren de un complemento indispensable o de una mayor definición del sujeto revolucionario y de sus bases estructurales en lo que respecta a su contenido de clase. Por lo tanto, plantearemos esquemáticamente el tema en lo que es indispensable a los efectos de este trabajo.
Como hemos visto, las relaciones de dominación propias de una sociedad determinada se originan en el elemento constitutivo de las clases sociales. Por otra parte, las relaciones de dominación existentes en el interior de una sociedad concreta no solo resisten cualquier tipo de simplificación sino que más bien determinan un complejo espectro de clases y categorías sociales y de las luchas que las acompañan. Lo que sí podemos y debemos determinar, a grosso modo, en el marco de una compleja y diversa lucha de clases y categorías sociales, es el conjunto de los oprimidas que por su situación social, por su condición de segmentos dominados de la sociedad, están con posibilidades de constituirse en el eje y en el motor de cambios sociales de intención revolucionaria.
Si bien hay elementos que tienen carácter general, nuestro análisis se centrará aquí sobre América Latina, lugar donde se desarrolla nuestra acción específica.
A efectos de fijar criterios es necesario tener en cuenta, en primera instancia, dos elementos:
1) el carácter del proceso revolucionario y
2) el espectro de clases en los países latinoamericanos.
El proceso revolucionario que planteamos tiene como fin último la sociedad socialista y libertaria que, en tanto tal, delimita desde un principio amigos y enemigos.
Decía Bakunin: “Establecer una línea de demarcación entre las clases poseedoras y las clases desposeídas; pues esas dos clases se confunden una con otra por una cantidad de matices intermedios e imperceptibles… en la sociedad humana, a pesar de las posiciones intermedias que forman una transición insensible de una existencia política y social a otra, la diferencia de las clases sin embargo es muy marcada, y todo el mundo sabrá distinguir la aristocracia nobiliaria de la aristocracia financiera, la alta de la pequeña burguesía, y esta última de los proletarios de las ciudades y de las fábricas; lo mismo el gran propietario latifundista, el rentista, el campesino propietario que cultiva la propia tierra, el granjero, del simple proletario del campo…”
Una revolución anticapitalista y antiautoritaria apunta inconfundiblemente a la desaparición de las relaciones de dominación y, por lo tanto, contra la supervivencia de todas las clases y capas dominantes. Es una revolución que anhela la desaparición de la burguesía como clase -sin los clásicos distingos filantrópicos del reformismo entre la burguesía grande y pequeña, nacional o extranjera-, la desaparición de terratenientes y rentistas, castas militares, burocracia y jerarquías estatales. La revolución socialista y libertaria, precisamente por su contenido radicalmente anticapitalista y antiautoritario, sólo puede encontrar combatientes en las clases y categorías oprimidas. En ese sentido el papel central en un proceso revolucionario de orientación socialista y libertaria le corresponde a la clase trabajadora en general y a todos los oprimidos. De ninguna manera a ningún sector de la burguesía.
Claro está que en países capitalistas atrasados y dependientes como los latinoamericanos -con la particular estructura económica y de clase que ello determina- no puede pensarse en las posibilidades de una revolución protagonizada exclusivamente por los nucleamientos del proletariado fabril y quizás ni siquiera por los asalariados en su totalidad. Es preciso pensar en la construcción, como herramienta estratégica básica para la transformación social, de un frente de clases y categorías oprimidas que tenga como núcleo central a la clase trabajadora, que incluye a los trabajadores rurales, a la gran diversidad de trabajadores por cuenta propia -sector progresivamente engrosado por la crisis y las respuestas del sistema ante los cambios tecnológicos-, a los marginados que reclaman trabajo, al estudiantado (sector potencialmente asalariado en el contexto de la reconversión productiva capitalista, llamado a constituirse en proletariado científico y tecnológico); al feminismo anticapitalista, a los movimientos en defensa del eco-sistema, a sectores que reclaman diversos derechos o reconocimiento.
En trazos gruesos, entonces, el frente de clases y categorías oprimidas a que hacemos referencia se constituye como una red de relaciones permanente, ligada programáticamente, de la multiplicidad de organizaciones de abajo capaces de expresar en la lucha los intereses inmediatos de estos sectores sociales y de desarrollarlos y profundizarlos en el sentido de metas y orientaciones de tipo transformador y socialista. Frente de clases y categorías oprimidas que vaya conformando sus formas organizativas eficientes para la lucha y el avance. Organización que concebimos como tejido de la Resistencia que opera en el seno del Pueblo Fuerte.
El conjunto de los sectores oprimidos cuentan con un poder en estado latente que deben trasformar en estado conciente: el poder de decidir el funcionamiento o la paralización de la sociedad y el sistema de dominación. Este poder resistente de Pueblo Fuerte es la raíz del poder popular, para cuya concreción se requiere una larga cadena de mediaciones. Entre ellas, y no precisamente la menos importante, es todo un proceso de subjetivación, ese que exige una importante toma de conciencia para dar pasos revolucionarios.
Queda claro en la dinámica imperativamente coactiva del sistema de dominación no es suficiente con un pueblo favorable y bien dispuesto al cambio -obviamente, mucho menos en potencialidades que en nada se expresan-: es imprescindible contar con un pueblo organizado y en lucha por los cambios.
Este puede ser el combate de este momento en América Latina, en nuestro Uruguay. Muy variada pueden ser las formas de movilización y resistencia, de reivindicaciones, de las clases y categorías oprimidas.
Este combate exige ponerse a la altura del enemigo en organización, en tecnificación, en preparación para la lucha en sus diferentes formas, pero superándolo en moral, en democracia interna, en firmeza ideológica. Se abre una nueva etapa, para una vieja esperanza de justicia y libertad, que demandará redoblados esfuerzos.
La importancia de la resistencia en las etapas de cambio
Las viejas sociedades de resistencia de principios de siglo, aquellas que tantos logros impulsaron en las luchas clasistas de los trabajadores, daban un contenido a esta palabra. Era algo así como sinónimo de no insertarse al sistema y de enfrentarlo vigorosamente. Por eso en cada reclamo iba un pedazo del mañana. Sus luchas por mejoras en el hoy se inscribían, al mismo tiempo, en una estrategia de resistencia y superación del sistema. Al margen de aciertos y errores, de no haber marchado en lo social-político a tono con los tiempos, tal concepto de resistencia tenía un válido y profundo sentido. Su radicalidad anticapitalista era incuestionable. Es así que mantendrá siempre, mientras exista el sistema capitalista, su vigencia fundamental.
Son tiempos difíciles para los pueblos de nuestro Continente, para nuestro pueblo. El nivel de organización del movimiento popular ha descendido, igualmente las luchas que cuestionaban la propia existencia al sistema. En tal sentido, hay que rehacerse de golpes recibidos y encontrar la forma de superar condiciones muy adversas, eludiendo los supuestos atajos que a nada conducen. Tenemos la fe de siempre que el pueblo encontrará, en sus diversas luchas, con construcciones subjetivas favorables, poco a poco, el camino. La historia es aleccionadora en tal sentido.
«Desde el momento mismo en que se da una relación de poder, existe una posibilidad de resistencia» dicen nuevas investigaciones. Así nos parece, mientras haya injusticia, explotación y opresión, habrá resistencia. Y esa resistencia estará alumbrando un futuro distinto, la posibilidad de la radical transformación de este orden.
Hay luchas diversas en el espectro del campo social-político. Su permanencia y profundidad es variable. Hay algunas que emergen por momento con mucha fuerza social. El descontento parece buscar cauces.
Sí, en lo social, la nueva situación se manifiesta de manera diversa y encuentra diferentes resistencias y luchas. Estas pueden ubicarse según el campo que se esté tratando. Con distintos grados de relevancia se encuentran manifiestamente presentes.
Esto ocurre en el marco de un proceso permanente de tensiones sociales, de rebeldías, enfrentamientos, descontentos.
Se afirma, que la resistencia es construida sobre la base de la experiencia límite vivida por aquellos que hacen de ella una auténtica práctica de libertad. El “comando” está en todas partes, viene de todas partes. Y sin embargo, la resistencia es primera, en esa medida está necesariamente en una relación directa con el afuera del que procede el dominio. Está en toda la extensión territorial del poder dominante, es coextensiva a él. Desde este punto de vista, el poder dominante ya no busca sólo disciplinar la sociedad sino que busca controlar la capacidad de creación y transformación de la subjetividad.
En tanto que los ejercicios de poder contemporáneos se ejercen sobre la subjetividad, sobre el cuerpo individual y colectivo, pareciera que no queda lugar a donde ir más allá de él. Tenemos por el contrario que la resistencia se ejerce en cada lugar, de ahí que el sujeto de la resistencia sea un sujeto que escapa a su “aprisionamiento”, un sujeto resistente que enfrenta al poder dominante, un sujeto, pese a todo, capaz de desplegar prácticas de resistencia y lucha en toda la extensión social. Las resistencias contemporáneas no tienen un lugar privilegiado, por el contrario, son muchas y en diferentes terrenos sociales. Pertenecen a una dimensión que escapa a las relaciones sujetas al poder dominante, y esa dimensión está en el tipo de subjetivación que va produciendo. La pregunta por la resistencia es al mismo tiempo una pregunta por el poder. Pues el poder es una relación de fuerzas, esa relación de fuerzas ya es una relación de poder. Siendo así la resistencia va estableciendo una relación de poder. En este caso de Poder Popular.
Resistencia, entonces, para esta larga etapa desde el presente a la Transición. Acción resistente para fortalecer luchas, para tender lasos solidarios entre ellas, para evitar y combatir su atomización, para darle potencia organizativa y para crear nuevas posibilidades revolucionarias.
Cultura de Resistencia. Etapa de construcción de Pueblo Fuerte.
En el sentido mencionado queda claro, que nuestra acción social se proyecta desde la situación existente en un momento social dado. De ahí que tratemos de constatar que situación tenemos hoy en el movimiento popular. Tenemos que en tal espacio se ha producido en este último período un debilitamiento no solo en la cantidad de gente movilizada, del nivel de combatividad, sino también y es lo más preocupante un descenso en el nivel de circulación de ideas de rebeldía y cuestionamiento del orden existente.
Cuando nos referimos a esto, hablamos de grados de penetración de toda una cultura generada desde los centros de poder, difundida al nivel de bombardeo por los medios masivos llamados de comunicación, y muchas veces esto mismo repetido por sectores que se autodenominan de izquierda o progresistas. Una cultura de no te metas con él sistema, buenos modales y adaptación al capitalismo como única realidad posible. Parece que tal cultura, finalmente, ha calado hondo en ciertos sectores del movimiento popular.
Por eso creemos firmemente que recrear una cultura de Resistencia es todo un desafío militante de imprescindible urgencia.
Para profundizar la actitud de resistencia, reiteramos, se necesitan herramientas de análisis, a través de las cuales elaborar una crítica y una propuesta para tal medio específico. Es decir, pautas claras de acción para el terreno de la militancia social. Ideas guía que descartan de plano las ideologías derrotistas, que aceptan al capitalismo como el único sistema posible.
Este proceso de elaboración, es fructífero, y comienza a generar fermentos de resistencia fuerte cuando se da en ámbitos colectivos. Es parte de la práctica a desarrollar en estos ámbitos, pues ella va produciendo el fortalecimiento popular que es una tarea prioritaria en pos de la creación de un Pueblo Fuerte.
Cuando a esto nos referimos, hablamos de organizaciones sociales (sindicales, barriales, juveniles, estudiantiles, por reclamo de derechos, contra discriminaciones, contra atropellos y represiones etc.) independientes de los resortes del sistema. Hablamos de una actitud de no adaptación a las pautas del sistema en lo económico, político, ideológico, ético y moral. En el campo de los valores, tan atacados en cuanto a identificación subjetiva, el rescate de la solidaridad y del sentimiento de pertenencia a los oprimidos se torna hoy tarea urgente. Sabido es que valores como estos no se decretan, ni vienen solos, sino que se aprenden en el contacto cotidiano, las diversas peleas sociales y en la comprensión de que la práctica de ello posibilita un camino hacia una convivencia mejor entre iguales.
De este modo nuestros lugares de militancia deben ser al mismo tiempo escuelas sin aulas, donde nos eduquemos a través de la práctica sistemática de los valores que posibilitan cambio. Fomentar una cultura de la resistencia, aportando en ella lo mejor de lo que somos y pensamos como pueblo oprimido, procurando simultáneamente que la fraternidad de los que luchan se respire en el ambiente.
Tal discurso-acción es necesario para ir forjando, sin prisa pero sin pausa, el rescate de los valores y las utopías que son el fermento profundo de la Resistencia. Plantear las discusiones, dando el combate político e ideológico al sistema, y no caer en el error de creer, que este tipo de discusiones son divisionistas. Ese sentimiento que han tratado de construir con aviesas intenciones los que quieren que sólo sus ideas conformistas sean las aceptadas y practicadas.
Aquí el fortalecimiento resistente irá de la mano, con retomar la concepción de que la lucha es el único camino que puede rendir frutos reales y duraderos. La instalación de esa noción y esa discusión en el seno del movimiento popular es fundamental. Romper con esa actitud de confiar en el diálogo sin lucha, de pedir favores al poder. La historia comprueba suficientemente que aún para lograr que el pueblo mejore sus condiciones de vida fue necesaria la lucha organizada enfrentando directamente a los sectores dominantes. Es en esa línea y en esos ámbitos colectivos de lucha donde se puede generar la cultura de resistencia a que aludimos, desde las más diversas expresiones.
Sí, las peleas se vienen planteando un poco diluidas y en forma fragmentaria, como fragmentado está el tejido social. La cuestión es generar o aumentar esos espacios de encuentro entre los que luchan, cada uno con sus aportes y experiencias desde lo específico, buscando el elemento común que una las diversas expresiones en un solo puño. El camino es largo, pero las anteriores generaciones nos han dejado un rico legado de experiencias. Ejemplos de lucha constante, en un tono decididamente anticapitalista, en las que también el anarquismo organizado tiene una riquísima historia y valiosos aportes. Son esas herramientas de análisis y esa metodología que fomenta la solidaridad, la participación directa, y la dignidad en la lucha, combatiendo al mismo tiempo al individualismo y la resignación. Sin esperar soluciones mágicas de ningún tipo, menos del espectro de los que se autotitulan representantes del pueblo. En este sentido rescatamos aquella consigna que usaban los compañeros de la vieja ROE: «solo el pueblo salvará al pueblo». Igualmente aquel criterio que establecía: “En la militancia cotidiana por una sociedad sin oprimidos ni opresores, hoy la tarea es resistir, ir acumulando para la pelea desde la pelea misma”.
PODER POPULAR
Capacidad del pueblo de organizar su propia sociedad
Organizar la vida social desde abajo.
Frente al evidente fracaso histórico de determinadas corrientes designadas como socialistas se fue abriendo un amplio debate teórico político. Mucho del material que se fue incorporando a él no resultaba nada más que el viejo discurso fracasado ahora aggiornado y que no tocaba críticamente los temas fundamentales. Otros tomaban vías de búsqueda que pese a su aporte descartaban elementos que aún sugieren mucho al presente y que son hijos de grandes luchas populares transcurridas en un largo periodo. Por supuesto no encontraremos respuesta para nuestra época en propuestas, planteos y elementos teóricos que pertenecen a un contexto social-histórico que es anterior. Pero sí hay vigente un sistema, que pese a los cambios que se fueron desarrollando, mantiene una matriz fundamental basada en la dominación que hoy gran parte de la humanidad padece. Es el sistema capitalista.
Lo medular de este sistema capitalista y la forma de irlo destruyendo en pos de crear una nueva civilización fue comprendido por muchos luchadores sociales y políticos que dejaron lúcidos planteos y sobre cuyas sugerencias e intuiciones hay espacio de reconstrucción y actualización a la luz de la nueva realidad existente.
Para evitar equívocos reafirmamos que nada de aquello se puede tomar al pie de la letra, ya como dogma o como verdad científica valedera para todos los tiempos y lugares. Pero no se puede, de ninguna manera desconocer o subestimar, que detrás de nosotros, y en aquel tiempo, hay una larga lucha de los pueblos y producciones teórico-políticas en consonancia con ello. Así como hay cosas a descartar hay que tener presente que actualizando lo mejor del pasado corresponde a las organizaciones populares y políticas de este tiempo hacer su ruta, ir poniendo sus mojones, ir elaborando lo que falta.
Por último queremos resaltar un planteo que ha ido ganando terreno y que estimamos tiene en su fondo los elementos que hicieron fracasar históricas experiencias que fueron realizadas a nombre del socialismo. Es ese que regresa con una concepción, una metodología y proponiendo la utilización de instituciones y mecanismos del sistema que finalmente significa más de lo mismo. Dicen que es propuesta nueva, pero realmente es continuación de priorizar el arriba, la vanguardia, la participación electoral y el uso del Estado para ir realizando cambios profundos que se encaminen a la creación de la sociedad futura. Dicen algo así como: tomar el gobierno, entrar en la dinámica del estado burgués y desde allí con un trabajo simultáneo en el abajo producir el cambio antisistémico. Una mixtura, puramente intelectual, que no hace otra cosa que repetir de otra forma el viejo planteo del reformismo fracasado. Desde el Estado se produce una cosa y desde un proceso auténtico del abajo se produce algo totalmente distinto. Esto ya debiera ser tema saldado. Pero no es así. Tenemos entonces hoy, los que teorizan acerca de una articulación del arriba con el abajo. Son sueños de pesadilla y de descontado dramático final.
Sí, se hace hoy mixturas, de niveles que son poseedores de dinámicas sociales diferentes como propuesta fresca para el presente. En tal sentido se desarrolla un análisis acerca de todo lo que significa la construcción desde abajo como parte del proceso de cambio. Incorporando incluso consideraciones acerca de las dinámicas que tal forma de lucha pueden ir produciendo. Una articulación con cosas contradictorias que dan para un mar de confusiones, que pueden llegar a masacrar honestos esfuerzos, cuando los haya. Esfuerzos, intenciones al margen, que son finalmente conducidos a un camino sin salida o, más bien dicho, a seguir circulando en la noria dominante, repitiendo experiencias que ya demostraron en qué terminan.
Dentro de estos elementos mixturados ha aparecido alguna vez el pensamiento de Bakunin, tenido en cuenta como un teórico socialista que puso el acento en el abajo. Es cierto puso el acento en una forma de procesar una organización social que condujera a la destrucción del capitalismo, pero ni por asomo se le ocurrió, ahí están sus escritos que los certifican, que eso fuera compatible con un trabajo desde el Estado. Expresamente contrario a que ambos planos pudieran articularse coherentemente.
Creemos útil entonces, primeramente, separar la paja del trigo. Veamos al respecto algo del pensamiento de Miguel Bakunin, de su fundamentación y convicción acerca de que el verdadero proceso de cambio es desde el abajo o no es. Dice:
“Cambiar y organizar la sociedad desde abajo a arriba. Desde luego, este ideal aparece ante el pueblo significando el fin de sus necesidades, el fin de la pobreza, y la satisfacción plena de todos sus requerimientos materiales mediante el trabajo colectivo, igual y obligatorio para todos, y luego, como el final de la dominación, y como la organización libre de las vidas de las personas conforme a sus necesidades -no desde la cima hacia abajo, como lo tenemos en el Estado, sino de abajo a arriba, una organización formada por el pueblo mismo, independiente de gobiernos y parlamentos, una unión libre en asociaciones de trabajadores agrícolas y de fábrica, en comunas, regiones, y naciones…
Nuestro programa puede ser resumido en unas pocas palabras:
Paz, emancipación, y la felicidad de los oprimidos.
Guerra contra todos los déspotas y opresores.
Restitución total a los trabajadores: todo el capital, las fábricas, y todos los instrumentos de trabajo y materias primas deben ir a las asociaciones, y la tierra a los que la cultivan con sus propias manos.
Libertad, justicia y fraternidad con respecto a todos los seres humanos sobre la tierra. Igualdad para todos…
La organización de una sociedad mediante una federación libre, desde abajo hacia arriba, de asociaciones de trabajadores, tanto industriales como asociaciones agrícolas, científicas y literarias – primero en una comuna, luego una federación de comunas en regiones, de regiones en naciones, y de naciones en la asociación fraternal internacional.
… tender con todos sus esfuerzos a reconstituir sus patrias respectivas a fin de reemplazar en ellas la antigua organización fundada de arriba a abajo sobre la violencia y sobre el principio de la autoridad, por una organización nueva que no tenga otra base que los intereses, las necesidades, y las atracciones naturales de los pueblos, ni otro principio que la federación libre de los individuos en las comunas, de las comunas en las provincias, de las provincias en las naciones…y más tarde del mundo entero”.
Agrega con toda claridad cuales caminos emprender para la real emancipación de los pueblos así como que concepciones y estrategias no llevan a tal fin. Nos Dice:
“La Revolución por Decretos está Condenada al Fracaso. Frente a las ideas de los comunistas autoritarios -ideas falaces, en mi opinión- de que la Revolución Social puede ser decretada y organizada por medio de una dictadura o de una Asamblea Constituyente, nuestros amigos, los socialistas parisinos, sostienen que la revolución sólo puede ser emprendida y llevada a su pleno desarrollo a través de la acción masiva continua y espontánea de grupos y asociaciones populares… Porque, en realidad, no hay cerebro, por muy genial que sea, o -si hablamos de la dictadura colectiva de algunos centenares de individualidades supremamente dotadas no hay combinación de intelectos capaz de abarcar toda la infinita multiplicidad y diversidad de intereses, aspiraciones, deseos y necesidades reales que constituyen en su totalidad la voluntad colectiva del pueblo; no existe intelecto capaz de proyectar una organización social que pueda satisfacer a todos y cada uno”.
En cuanto al uso del Estado en el proceso hacia la revolución el anarquista
ruso afirma:“es un viejo sistema de organización, basado sobre la fuerza, que la Revolución Social suprimirá para dar plena libertad a las masas, los grupos, Comunas, asociaciones e individualidades, destruyendo de una vez por todas la causa histórica de toda violencia: la misma existencia del Estado cuya caída supondrá la destrucción de todas las iniquidades del derecho jurídico y de todas las falsedades de los diversos cultos -derechos y cultos que han sido siempre, los canonizadores complacientes, tanto en el terreno ideal como en el real, de toda la violencia representada, garantizada y autorizada por el Estado.
Es evidente que sólo cuando el Estado haya dejado de existir, la humanidad obtendrá su libertad, y que sólo entonces encontrarán su auténtica satisfacción los verdaderos intereses de la sociedad, de todos los grupos, de todas las organizaciones locales y, en consecuencia, de todos los individuos que forman tales organizaciones”. Agrega:
“La Libre Organización seguirá a la abolición del Estado.
Que el Estado ha sido siempre el patrimonio de una clase privilegiada, como la clase sacerdotal, la clase nobiliaria, la clase burguesa; clase burocrática, al fin, porque cuando todas las clases se han aniquilado, el Estado cae o se eleva como una máquina; pero para el bien del Estado es preciso que haya una clase privilegiada cualquiera que se interese por su existencia, y es, precisamente, el interés solidario de esta clase privilegiada, lo que se llama patriotismo”.
Hace de paso Bakunin algo de lo que plantea M.Foucault.: “poner de relieve, más que el elemento fundamental de la soberanía… (El “patriotismo”) las relaciones o los operadores de dominación… Teoría de la dominación, de las dominaciones, más que teoría de la soberanía… partir de la relación misma de poder, de la relación de dominación en lo que tiene de fáctico, de efectivo, y ver como es ella misma la que determina los elementos sobre los que recae. En consecuencia, no preguntar a los sujetos cómo, por qué y en nombre de qué derechos pueden aceptar dejarse someter, sino mostrar cómo los fabrican las relaciones de sometimiento concretas… no pretendo decir, desde luego, que no hay grandes aparatos de poder… Creo, empero, que siguen funcionando sobre la base de esos dispositivos de dominación…”.
Tenemos entonces que la concepción de construcción social revolucionaria desde el abajo en Bakunin, que a nosotros tanto nos interesa, nada de nada tiene que ver con articulaciones estatistas en el marco institucional burgués.
A propósito agregaremos a continuación algunas consideraciones de FAU sobre el tema general aquí implícito.
Las instituciones burguesas solo a la burguesía pueden servir
Una historia con un fin que bien conocemos
Los documentos que van a continuación son opiniones que nuestra organización fue dando a través de sus “Cartas” semanales. Corresponden al año 1970. Hacemos un extracto de varios trabajos que tienen unidad temática, como es material nuestro lo libraremos de la formalidad sintáctica. Como dijimos más arriba hay temas que se repiten pero que se abren hoy como novedosos. Son realmente temáticas que ya estuvieron planteadas hace mucho tiempo. Temas teóricos-políticos que son hoy presentados como nueva propuesta o como interrogantes, fueron muy discutidos en el seno de la izquierda reiteradamente durante bastante tiempo. Con estos materiales, nos parece, completamos este sintético enfoque primario sobre la estructura de dominación, sus “componentes” y las técnicas de reproducción que ponen en juego. Al revés que ciertos materiales de Bakunin y Kropotkin el orden de análisis es con menos referencias descriptivas de lo histórico y más centrado en categorías. Hemos procurado quitar al máximo lo que tiene de referencia muy específica al lugar, tratando de que vaya lo que es de rigor más general. Veamos:
“Hace muchos años, cuando en el mundo gobernaban solo reyes, hubo mucha gente que se hizo ilusiones con los parlamentos.
Pero el liberalismo que eso quería, tenía una falla grande, que con el tiempo aparecería clara. El liberalismo democrático se fijaba solo en el aspecto político, en la igualdad de derechos políticos. Lo único que pedía era que todos tuvieran derecho a votar. Se fijaba solo en la desigualdad política, que quería convertir en igualdad, en democracia, y no se fijaba en otros aspectos, tanto o más importantes de la desigualdad. La desigualdad social, la desigualdad de riquezas, el hecho de que, en el mundo capitalista que nacía, unos eran explotadores y otros –la enorme mayoría- eran explotados.
El estado merece un tratamiento especial pues está vinculado a toda una estrategia histórica de la corriente marxista: la toma del poder del estado. El concepto de poder de estas concepciones está, más que nada, relacionado con el estado. Lo que sugiere la idea de que el poder está en lo político y que no circula en las otras esferas. Entonces tanto para la socialdemocracia como para el marxismo-leninismo el acceder al estado fue la vía estratégica principal. Criterio estratégico que, por otra parte, ha estado, y sigue estando, como tema central en muchas organizaciones sociales y políticas que se auto designan de izquierda.
Aparece unido a este enfoque, a esta conceptualidad, el concepto vanguardia. En los hechos habría una sola dirección: del partido a la clase y la población toda. Está ahí la creencia de que la población, y su sujeto histórico la clase, debía permanecer subordinada al Partido y que sola era incapaz de crear instancias de liberación. También la creencia de que en el seno de la sociedad capitalista no se pueden generar, desde abajo, básicas condiciones para su ruptura. No importaba entonces el grado de desarrollo de autoorganización, de autogestión, de democracia directa de instancias populares. Pues, no se trataba, en el fondo, de crear un pueblo fuerte sino un partido fuerte capaz de conducir. Reduccionismo político total, hijo, por otra parte de toda una concepción general reduccionista.
Otras creencias son de que lo principal es generar cambios desde la “infra-estructura”, la economía, para cambiar las mentalidades; de que lo fundamental es tomar el poder del estado y operar desde allí teniendo como importancia central la vanguardia para dirigir este proceso. Estas creencias quedan hoy más que cuestionados, podría decirse despedazados en cualquier análisis descriptivo de rigor. Esa descripción que es necesario articular para la producción de hipótesis de carácter teórico. Para robustecer con rigor una estrategia de Poder Popular.
Sobre ideología y construcción social de subjetividad
Creación mediante la acción social de un Pueblo fuerte.
El sujeto de cambio debe producirse, no viene fatalmente ni mágicamente. Precisa de los discursos-acción que lo vaya haciendo posible.
Tenemos que en determinados momentos históricos se producen con peso un conjunto articulado de ideas, representaciones, nociones en el interior del imaginario de los distintos sujetos sociales. Es este conjunto articulado de carácter imaginario, y que toma la forma de “certezas” defendidas por los mismos sujetos sociales lo que puede transformar a estos sujetos en protagonistas de su propia historia o en sujetos pasivos y/o disciplinados por las fuerzas dominantes.
Eso lo definimos como ideología, tiene que ver directamente con la constitución histórica de los sujetos sociales, y, con la forma como estos se expresan en la sociedad. Es algo bien distinto de la noción de que la ideología sea la falsificación de la realidad, justamente porque ella es uno de los componentes fundamentales de cualquier realidad social.
Como bien ya exponía la FAU en el documento Huerta Grande: “la ideología tiene en su constitución a elementos de naturaleza no científica y que contribuyen para dinamizar la acción, motivándola en base a circunstancias que no derivan en sentido estricto de ellas. La ideología, como otras esferas sociales, está condicionada por las condiciones históricas, aunque no esté determinada mecánicamente por ellas.
En esta relación entre ideología y producción de sujetos históricos, relación que si no existiera, no habría ni ideología ni sujeto, es que se van conformando los momentos de vigencia ideológicos. Bien como, los sujetos/agentes históricos se expanden y llevan a la hegemonía de los cuerpos sociales, a partir de la vigencia de las ideologías.
Estos momentos pueden expandirse llegando a totalizarse, en otros momentos las ideologías se superponen en la misma sociedad o quedan viviendo en zonas aisladas. Frente al fruto de la fragmentación neoliberal, romper el aislamiento de representaciones ideológicas con potencial emancipador es tarea permanente de una organización política con intenciones de cambio.
En este sentido podemos concluir la importancia de la lucha ideológica, principalmente, en los tiempos históricos actuales en nuestro Continente, donde constatamos la derrota del marxismo real, la llegada violenta de la ideología neoliberal, la reducción de las acciones y los movimientos armados de liberación nacional, la derechización de las izquierdas institucionales que se van insertando cada vez más al sistema. Y en función de estos hechos contundentes, la intensa retomada de ideologías de ultra derecha que parecían derrotadas históricamente y que adquieren una nueva ropa y están con fuerza en la escena política.
Frente a todos estos cambios y pérdidas sociales, frente a la cultura que proclama el fin de las ideologías y de la historia, que declara el capitalismo y sus instituciones como la única realidad posible, es que actualmente la lucha ideológica gana dimensiones estratégicas para la producción de un nuevo sujeto histórico, capaz de confrontar a tales concepciones dominantes en base a la acción directa. A partir de la ideología, del poder de las ideas, es que se puede movilizar a los corazones y las razones, articulándolas colectivamente en una expresión de resistencia y de avance en la medida que convoca distintos sujetos sociales y los convierte en agentes capaces de reescribir la historia y concebir un nuevo mundo.
Como avanzamos hacia la creación de lo nuevo. A una sociedad organizada por el pueblo, por los de abajo.
Los viejos socialistas hablaban de construir una nueva civilización, el Che puso de moda el hablar del hombre nuevo. Durruti dijo que llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones. Estas cosas aluden a valores, a una nueva forma de vida, de nuevas relaciones sociales. Si algo enseña la historia, es que esto no se produce desde arriba, requiere construir un nuevo sujeto social. Y para esta construcción es fundamental la participación activa, transformadora, de ese sujeto. Construyendo nuevas formas de organizar la lucha social transformadora. Pues si el sujeto social no ha tomado contacto con nuevas, aunque sean incipientes, nociones y relaciones sociales no puede tener otros referentes que los conocidos y los tiende a reproducir.
Es construyendo fuerza social y tomando activa participación en ella que se pueden formar embriones de la nueva civilización o del “hombre nuevo”, de otro sujeto. Digamos que este es el tema de cómo se transforma la conciencia, para usar el lenguaje clásico. Por lo que se ha visto la economía por sí no transforma la conciencia. Tampoco la participación popular por sí misma, por más que sea condición de posibilidades, ella debe ir junto a una forma de construcción basada en la democracia directa. Lo que el sujeto vive y como lo vive cotidianamente, históricamente, en el marco de determinados dispositivos y luchas sería el elemento principal de cambios en su conciencia.
Poder dominante y Poder Popular
Claro está, lo dicho nos lleva de la mano al tratamiento de otro concepto: el de poder. Herramienta imprescindible. Los estudios que parecen más rigurosos nos indican algunas cuestiones fundamentales a saber: que el poder circula por todo el cuerpo social, por las diferentes esferas estructuradas. Vale decir por todas las relaciones sociales. Tendríamos así poder en lo económico, jurídico-político-militar, ideológico-cultural. Tendríamos poder en todos los niveles de la sociedad.
En las escalas menores el poder adquiere importancia también a la luz de la formación de embriones de nueva civilización, en la entramada de la resistencia y de diferentes formas de autoorganización o autogestión.
Pues hay un universo social de lo cotidiano, de dimensión chica, nodos de resistencia, que como posibilidad es una fábrica de producción de nuevas nociones y técnicas de poder popular. Hemos tenido como definición desde el año 1960 en adelante que poder no es sinónimo de dominación y que por ello no puede catalogarse como algo solamente negativo y casi sinónimo de coacción y represión. La construcción de un poder emancipatorio lleva el camino opuesto al poder de dominación.
Además, con respecto a la dominación, unos y otros estudios recientes nos dicen o sugieren que su poder no está en las instituciones o los aparatos. Sí que estos no son nunca amorfos, son funcionales y están siempre penetrados. Vale decir que por su interior circula ese poder, que esa es su real forma de existencia. Se vienen abajo aquí las clásicas tesis marxistas y de economistas y cientistas que separan las estructuras económicas, casi siempre la de producción, como antecediendo el poder o separadas de él. Articulada a la estructura de producción, por ejemplo, está el poder, lo político, lo ideológico, las clases, la lucha, la resistencia. Existen simultáneamente y así se despliegan. Siguiendo este ejemplo, decir producción en el sistema capitalista es decir clases, decir plusvalía es decir explotación, decir clases es decir violencia y represión pero también grados permanentes de resistencia y de posibilidades de creación de poder popular.
Finalmente, tenemos que decirlo, hay aquí algo medio complicado para lo libertario por cómo se ha conceptualizado históricamente el concepto Poder. Tenemos varias interrogantes: ¿El poder se transforma o se disuelve, siempre es algo negativo que hay que destruir?¿El poder es sinónimo de represión? ¿Hay formas organizadas sin poder? ¿El poder no es también y fundamentalmente capacidad de realizar? ¿No significa al mismo tiempo capacidad para la ruptura y la reconstrucción?
Afirmamos que no nos resulta lo mismo poder que poder dominante. Vemos el poder como la capacidad de realización. Realización, en nuestra concepción, de una organización social que asegure a todos la libertad, igualdad y justicia plena.
Se dice de que como se “vea” una cosa, qué ideas teórico-políticas se adoptan, que tecnología social se pone en funcionamiento, resulta de primordial importancia para las prácticas que se quieran ejecutar y desplegar. En tal contexto es que ubicamos este concepto ya que él tiene efectos de primer orden justamente en el terreno de las prácticas y de la estrategia toda.
Elementos del poder dominante. Necesidad de ruptura con ellos.
Nuestra insistencia en los objetivos finalistas y la preocupación por destacar las bases estructurales de los conflictos sociales han de formar parte obligada de nuestra prédica. Esta prédica, procurando siempre que sea consecuente, actualizada y fundamentada, es uno de los ejes principales de nuestra propaganda y acción. Está justificada con holgura en la medida que la misma está pensada como contribución a hacer posible una toma de conciencia de ruptura y transformación. Este planteo que parecerá obvio es al mismo tiempo decisivo en tanto que nos enfrenta a un problema teórico-práctico de capital importancia: el hecho de que la sociedad socialista sea probablemente la primera forma histórica conocida de sociedad que no es posible construir enteramente de manera pacífica, ni por la acción de supuestas leyes de la historia, sino que requiere de una profunda toma de conciencia colectiva. Ella es la que dará las posibilidades de ruptura.
Una vez reiterados estos conceptos generales pasamos a registrar algunos aspectos institucionales y estructurales del sistema.
Tenemos como un elemento importante la institución parlamento. Es hoy una institución en decadencia. Los parlamentos, las elecciones, que la burguesía reclamaba cuando luchaba contra las antiguas clases dominantes para conseguir apoyo del pueblo hoy ya juegan un papel secundario. Parlamentos que además en determinadas etapas del sistema jugaron un rol preponderante de contención social, rodeada de toda una construcción ideológica, de “discursos de verdad” (en sentido foucaultiano), muy desgastados en el presente.
En este momento histórico tampoco le preocupa especialmente al sistema cuidar la imagen de la democracia formal y de sus proclamados DD.HH. Son usados gruesamente para su reproducción, para mantener sus escandalosos privilegios y hasta para justificar invasiones y guerras. Esto le ha hecho perder eficacia en cuanto a credibilidad a nivel de amplios sectores populares. Toda la experiencia popular, de los de abajo, especialmente a través de sus luchas, han ido creando determinadas subjetividades. De ahí han ido surgiendo visiones distintas a las que quiere consagrar el sistema. También es cierto, que no siempre han sido de signo positivo en relación a un cambio a favor de los intereses populares. Pues esas subjetividades operan en un contexto que les da lucha y que procura crearle la mayor confusión posible.
Un proceso de cambio profundo de estructuras fundamentales tendentes al cambio del conjunto de las relaciones sociales no puede venir desde el llamado “Estado neoliberal” ni tampoco del “Estado populista”. Conceptos que más refieren a gobiernos que al Estado propiamente dicho.
Un auténtico proceso de cambio es de un tipo muy diferente.
En términos descriptivos, sabemos que el Estado comprende, cantidad de instituciones. Ejército, policía, justicia, empresas industriales, servicios sanitarios y educativos, estamento político, etc. También presidente y parlamento. Todas estas instituciones tienen cometidos teóricamente fijados en una ordenación general, ‘legal’, amplísimas atribuciones. Su forma históricamente puede variar, su política coyuntural también. Por ejemplo, en los periodos de crisis, quienes detentan el poder precisan que alguien ‘mande con fuerza’, que se actúe en función del mantenimiento del ‘orden’. Cuando se produce, sin solución dentro de su sistema, el deterioro económico-social, cuando crece el desempleo y la pobreza, saben que eso produce expresiones de descontento en aumento y entonces amplían las funciones represivas del estado. Hasta estableciendo “estados de excepción” en el seno mismo de la democracia formal burguesa. Estados de Sitio, Medidas de Seguridad, etc. Esto puede decretarse a nivel internacional, nacional o para zonas determinadas.
Hay planteos que lo presentan al Estado como muy complejo, pero es sencillo, ahí está una historia que lo muestra, dentro del sistema actual, el estado representa los intereses de las clases dominantes. Siempre representa privilegios.
No sólo el anarquismo sostiene el carácter opresor y al servicio de la dominación del Estado. Hoy hay estudios rigurosos, que tienen en cuenta todo su trayecto y las funciones que le dan existencia y permanencia. El entramado de poder al que pertenece.
Así tenemos el problema del estado como lugar de “condensación” (coagulación diría M.Foucault) de diversos poderes, como lugar específico que tiene su propia “autonomía relativa” y que es capaz de canalizar, mantener y reproducir privilegios de diferente orden.
Su dinámica centralizadora, es apta sólo para dominación, igualmente su función de disciplinamiento, control, coacción y represión. Quizás con supremacía con respecto a otros poderes que cumplen funciones de la misma categoría a nivel social. Además de la dimensión de su acción y producción singular tiene, al mismo tiempo, cierta especificidad en tanto parte del poder dominante.
Agregamos que premisas que tengan valor para el Estado en general, vale decir, para el estado en los diversos sistemas históricos, no surge con rigor mucha cosa. Pero lo que surge y que tiene consenso bastante general es: que posee el monopolio de la fuerza represiva organizada; monopolio de la “Justicia” y vendedor de esta idea de “justicia”, su carácter de defensor y sostenedor de privilegios, poseedor de dinámica centralizadora y anuladora de lo “espontáneo”, de lo que no controla, de toda la resistencia que estima peligrosa. Es el gestor de la gran operación de lo normal y anormal, del secuestro del cuerpo.
Socialización de la función política y todas las funciones comunitarias.
Socialización y Poder Popular.
Plantea nuestra Organización desde la década del 60 y que actualiza en 1986 líneas generales de orientación que estima son las que crean la real posibilidad de otro tipo de sociedad.
Realizar en términos sociales e históricos concretos los principios y valores fundamentales del pensamiento libertario, nos lleva de la mano al problema de la socialización.
Proclamamos la socialización más completa de todas las esferas del quehacer social. La socialización de los medios de producción ejercida desde los órganos de representación real de la sociedad y no del Estado, la socialización de la educación, de la administración de justicia, de las organizaciones de defensa, de las fuentes del saber y la información, y muy especialmente la socialización del poder político. En este último aspecto, propugnamos la supresión del Estado y las formas gubernamentales de poder como única garantía de eliminación de toda clase de dominación.
Obviamente, la socialización, como condición imperativa para su concreción, plantea la reapropiación por parte de la sociedad en su conjunto, a través de sus nucleamientos básicos, de los bienes y funciones monopolizadas por las clases dominantes, cualesquiera sean éstas. Una socialización que no concebimos en forma estrecha, constreñida y limitada al campo económico. Una socialización que no es la propiedad estatal. La socialización que concebimos no es un sistema cerrado, está abierto a la construcción, por eso mismo abierto a la experimentación, el debate y el inevitable error. Pero lo que sí afirmamos en nuestra concepción es que ese proceso de socialización debe ser organizado, ejercido y realizado desde los órganos reales y básicos de la sociedad y enfrentado al estado.
Estamos plenamente convencidos que esto es efectivamente posible a través de la democracia directa, ejercida por las organizaciones populares de abajo organizadas en forma autogestionaria y vinculada en un marco federalista, donde se expresan en nuevas formas institucionales esas mismas organizaciones populares. Hoy sabemos con mayor firmeza que ayer que el modelo de sociedad que proponemos no solo es posible sino que es prácticamente y de acuerdo a la experiencia histórica y revolucionaria de distintos pueblos del mundo, el único camino vigente de construcción realmente socialista.
También sabemos que la construcción de una sociedad animada por esos principios no es un acto de predisgitación política, sino que requiere de una ruptura revolucionaria con el sistema de dominación y la sustitución de las actuales relaciones de poder vigente en la actual organización social por formas originales e inéditas de poder, un poder que nosotros definimos como poder popular, y que concebimos como lo exactamente opuesto al poder político centralizado en el Estado, el gobierno burgués y sus aparatos.
Tampoco ignoramos que esa ruptura revolucionaria solo es posible luego de un prolongado y complejo y muchas veces reversible proceso de maduración, sabemos y tenemos que plantearlo con la mayor franqueza que una ruptura de esas características, es una ruptura no lineal y seguramente dolorosa. Impregnada de confrontaciones y violencia y que el recurso a la misma es un acto de legítima defensa de las clases oprimidas frente a la violencia institucionalizada de las clases opresoras. Por eso somos conceptualmente insurreccionalistas y no queremos ocultarlo porque sabemos que el ejercicio de la fuerza por parte del sistema de dominación transforma a un pueblo fuerte, si es que quiere mantenerse y proyectarse, en portador de prácticas insurreccionales. Mucho más si él es preámbulo de construcción socialista. Pero sería equivocado suponer que soñamos con insurrecciones inminentes para mañana, dentro de quince días o dentro de un año. Las insurrecciones solo se producen cuando vastos sectores populares organizados en un frente de clases y categorías oprimidas las asumen y afrontan como el único recurso de liberación y aplican su potencial en una coyuntura que abre posibilidades. Lo que sí debemos hacer ayer, hoy y mañana mismo es tratar de aportar nuestra contribución a ese proceso. Es promover y mantener en alto el espíritu de resistencia, lucha y organización. Lo que sí planteamos desde ya es la acción directa, concebida en sentido amplio, como necesaria práctica de las organizaciones del abajo para enfrentar la explotación capitalista y todas las formas de dominación. Lo que sí defendemos desde ahora mismo es la más amplia participación popular como principio de acción política y por lo tanto nos oponemos a todos aquellos ajetreos de dirigentes partidarios que al margen del pueblo e incluso de sus propios adherentes, pretenden interpretar las necesidades, las inquietudes y las expectativas de los oprimidos.
Acción directa y poder popular
Hemos mencionado de paso el concepto de acción directa, creemos que es concepto de importancia suficiente como para insistir y ampliar su consideración.
El método de actuación social y político que preconizamos ha sido y es la acción directa. Si bien la acción directa es automáticamente relacionada con el empleo de formas violentas de resistencia y lucha, el concepto engloba una mayor riqueza de contenido. Fundamentalmente se trata de hacer prevalecer el protagonismo de las organizaciones populares, bregando por la menor mediación posible y asegurando que la necesaria mediación no implique el surgimiento de centros de decisión separados de los interesados. En ese sentido, la acción directa tiene consecuencia lógica con los objetivos finales. Puesto que la gestión directa de las diversas ramas del quehacer social es la meta del Poder Popular, en rigor y coherencia sólo la acción directa puede ser la metodología que se corresponda con ese objetivo. En tal sentido, la acción directa es el complemento de la democracia directa.
Los trabajadores y todos los sectores oprimidos en la medida que aumenten las posibilidades de una práctica de la acción directa y de la democracia directa, pueden asumir responsablemente la defensa de sus intereses e ir adquiriendo la capacidad necesaria para fortalecer su posibilidad de decisión, maduran en la medida en que se hacen cargo de sus aciertos y sus errores asumiéndolos como propios y evitando subordinarse a planteos externos y ajenos que los colocan en situación subalterna.
La acción directa se expresa en múltiples variantes y en todos los niveles y expresiones se encarga de ubicar a los trabajadores y todos los oprimidos en el centro de la acción política.
En este sentido, para nosotros la lucha de clases, en sentido amplio, es el combate diario de los trabajadores y todos los sectores oprimidos que a través de su propio accionar, extendiéndolo y profundizándolo, crea las condiciones para el protagonismo, es decir, para la forja del propio destino, para la realización de sus intereses.
Con idéntico sentido, de lucha contra el poder dominante, los métodos de acción directa deben englobar todos los ámbitos de quehacer social, político, ideológico, cultural, económico, etc. que constituyen la capilaridad y el conjunto de todo el cuerpo social.
EL Poder Político y poder popular
El elemento distintivo clave del proyecto de sociedad libertaria, que merece una consideración separada y especial, es nuestra concepción acerca del poder político.
En nuestra práctica de intención revolucionaria cotidiana no sólo debemos distinguirnos por una estrategia singular de poder sino por un estilo militante que implica una particular forma de hacer política. Esto es lógico en la medida que nuestro quehacer militante se subordina y se relaciona coherentemente, además de hacerlo con nuestra estrategia de poder popular, con nuestra crítica de la sociedad y con nuestro específico proyecto de transformación libertaria. Esta metodología de trabajo revolucionario debe estar constituida por un conjunto de elementos indisociables que pautan la coherencia y la unidad de pensamiento y acción
En ese sentido, nuestra Organización reconoce que las propuestas más o menos tradicionales del anarquismo clásico se han mostrado insuficientes cuando no erróneas. Especialmente en lo referente a la problemática del Poder en general, tema sobre el que ya hemos hecho referencia.
Reconocemos por lo tanto la necesidad de ir elaborando pacientemente respuestas más acabadas a ciertas problemáticas que son claves.
Para esta elaboración reivindicamos algunas premisas.
Con respecto al tema poder político nuestra propuesta política fundamental consiste en la destrucción del Estado en tanto especial ámbito institucional de dominación política y en la supresión de las formas gubernamentales que constituyen expresión del poder dominante. Ahora bien, cuando hablábamos de reapropiación por parte de la sociedad, del conjunto de las mujeres y los hombres, de la posibilidad de ejercer las funciones detentadas por las clases o grupos dominantes, nos estamos refiriendo en lo medular, precisamente, a la desaparición del estado y junto con él toda la cultura y estructura de poder dominante que lo sustenta y reproduce.
Nos parece que hay que plantearse la reflexión del Estado desde dos planos: como terminal de un conjunto de diversas relaciones y como reproductor de ellas.
Para nosotros reintegrar a la sociedad el poder político es sustituir al Estado y al gobierno en sus funciones tutelares, dominantes y habitualmente represivas. Es socializar los mecanismos de expresión y decisión que deben serle propios al pueblo e ir abandonando los mecanismos de represión y coacción violenta en beneficio de relaciones de convivencia asentadas en la libertad responsable y el compromiso libremente acordado.
En términos de realización libertaria esto quiere decir que el poder político asume la forma de una democracia directa, federativa, ejercida desde las instituciones de base y las instancias globalizadoras que las expresan.
Por esto pensamos una democracia distinta a la meramente representativa. Por democracia directa pensamos en una nueva institucionalidad, donde no haya lugar a ningún género de privilegios, sean estos económicos, sociales o políticos. En una institucionalidad donde la revocabilidad de los miembros esté inmediatamente asegurada y donde por lo tanto, no haya espacio a la habitual irresponsabilidad política que caracteriza a la democracia representativa, ni a la creación de esa casta que ya tanta gente llaman con desdén: «los políticos».
Una práctica y una institucionalidad que debe reflejar el derecho y las obligaciones de todos los miembros de la sociedad. Su derecho a ser elegido y elector, y también su obligación a rendir cuentas en forma efectiva, práctica, cotidiana. Y esto debe ser válido tanto para las instancias más amplias de la globalidad social, como también para las instancias de base. De esta forma es que concebimos la libertad política como una construcción, un quehacer y una voluntad colectiva que no tienen límites en el tiempo. Nuestra visión política de la sociedad no es el fin de la historia. Es su continuación en la forma más armónica, libre y responsable posibles.
Este es un camino para que la totalidad de los hombres y mujeres puedan expresar genuinamente sus necesidades, pueda discutirlas, confrontarlas y madurarlas. Y puedan plasmar en decisiones políticas generales ese proceso de elaboración y de intercambio. Estas son algunas de las bases de lo que siempre entendimos como poder popular. Poder Popular que reiteramos es concebido por nosotros como el poder revolucionario protagonizado por las organizaciones populares, donde lo político y lo social adquieren una nueva articulación que lo asegura. Sin tal articulación, estimamos, no habrá poder popular real.
Además, existe en nosotros la convicción de que el tema del poder es medular para el proyecto y el quehacer de una organización política. En ese sentido para la FAU este no es un tema cerrado, al contrario continúa abierto y nos parece, hoy más que nunca, una de las grandes cuestiones teóricas y prácticas del proyecto socialista.
Participación social y responsabilidad colectiva.
La participación activa de los interesados en un proceso de cambio es otro de los temas fundamentales inherentes al Poder Popular que venimos desarrollando.
Si las organizaciones populares de base son constreñidas al papel de auditorio pasivo y de testigo mudo de las iniciativas ajenas, si se establece una diferenciación artificial entre «cuadros» capaces de tomar decisión y «masas» encargadas de la ejecución, bien poco podrá esperarse de esas mismas «masas» a las que se invoca.
La gestación de una conciencia y una voluntad protagónica es una exigencia prioritaria en la medida en que apunta a subvertir las raíces ideológicas que la burguesía se ha preocupado escrupulosamente de inculcar a los sectores oprimidos, que por esta vía aceptan como algo «natural» su dominación. El embrutecimiento, la indiferencia, la pasividad, el sentimiento de inferioridad, el fatalismo y la obediencia ciega, que el capitalismo administra y estimula con mentalidad empresarial, son cuestionados en la acción cuando esta nace como la expresión y el reflejo de una voluntad colectiva ejercitada y manifiesta.
En sentido contrario se hace evidente la inoperancia relativa de las plataformas reivindicativas y los planes de lucha, cuando estos no son el fruto de la discusión y la elaboración conscientes, en esta medida, y solo en ella, serán expresión genuina del sentir colectivo. En el traqueteo burocrático, el protagonismo de las bases aparece siempre como un objetivo que está, mediante vitalicias postergaciones, en permanente fase de preparación, en manos de la burocracia. No tiene fin en la medida que este se constituye en la continuación más fiel de la ideología burguesa, en el seno propio de las clases oprimidas.
Existe aún otra dimensión de la participación popular que consiste en la promoción consecuente de todas aquellas expresiones y experiencias populares que rompan con el paternalismo y la tutela de los organismos estatales o capitalistas. Sustituir las funciones del estado o del patrón, así sea como ensayo y en experiencias de breve duración, constituyen por su capacidad altamente demostrativa, una crítica al sistema de dominación y de las distintas variantes del autoritarismo y pueden, además, crear zonas de subjetividad antagónica.
La multiplicidad de experiencias de “base” con que la experiencia popular ha explotado las fisuras del sistema en distintos planos, creando alternativas posibles para la resolución de problemas sociales concretos, se configura como un canal de participación colectiva a tener muy en cuenta. Crea condiciones de posibilidad para prácticas de mayor calado.
La autogestión.
La autogestión de la vida social debe ser la forma natural de participación en las decisiones generales o particulares de las organizaciones de base. La autogestión se reafirma y consolida en la estricta aplicación de la democracia interna, a través de mecanismos participativos de diversa índole.
Nuestra concepción de la autogestión no se confunde con las versiones distorsionadas que la emparentan con una visión estrechamente particularista, por momentos algo atomizado y hasta capaz de convivir sin contradicción con el sistema. Por el contrario, la concebimos como un elemento de principal importancia en el proceso de ruptura y en la posible instancia de nueva construcción social. Además en el marco de las luchas reivindicativas cotidianas el movimiento popular puede y debe plantearse formas autogestionarias, incluso a nivel económico, que vayan creando las bases para el surgimiento de una nueva cultura social y laboral, realmente participativa y responsable.
Democracia directa, autogestión y federalismo son entonces los tres pilares fundamentales, complementariamente relacionados, del poder popular, del poder político en su sentido libertario, antigubernamental y antiestatista.
La práctica política.
Para evitar equívocos aclaramos que no trataremos en este punto la relación entre organizaciones políticas de intención revolucionaria y el campo de la actividad social, de “masas”.
Tenemos entonces, que los puntos desarrollados anteriormente constituyen un rico núcleo metodológico y una guía no desdeñable para la acción de intención revolucionaria. Sin embargo son en sí mismos insuficientes para dar respuestas acabadas en cada momento concreto. Tanto para la acción desde las organizaciones populares de acción social y más aún para aquella que es propia de la organización específica política de los anarquistas. Por ello vemos como necesario introducir y desarrollar primeramente el concepto de práctica política.
Para nosotros práctica política es toda actividad que tenga por objeto la relación de los explotados y oprimidos con los organismos del poder político, el Estado, el gobierno y sus distintas expresiones. Práctica política es el enfrentamiento con el gobierno como expresión del poder impuesto, la defensa y la ampliación de las libertades públicas e individuales, la capacidad de propuestas que atañen al interés general de la población o a aspectos parciales del mismo. Y práctica política es también la insurrección como instancia de cuestionamiento violento e intento de cambio profundo en una coyuntura idónea. Práctica política son igualmente las propuestas que recogiendo los reclamos populares enfrenten los organismos del poder dominante, que presentan soluciones a temas generales y concretos y obligan a aquellos organismos de poder a adoptarlas y hacerlas válidas para el conjunto de la sociedad. Tomando como ejemplo a la formación social uruguaya, son las propuestas de Amnistía para los presos políticos, plebiscito contra la impunidad, movilizaciones que amplíen derechos populares, las que como la Ley Orgánica Universitaria intentaron mediatizar el peso del poder político en la enseñanza o las que tratan de lograr lo mismo en otras áreas sociales. Son ellas expresiones de práctica política y allí debemos estar presentes, porque es esa presencia la que nos justifica, día a día, como Organización Política. Porque el rol de una Organización Política no es ni puede ser la de un cenáculo de reflexión o meditación ideológica, de doctrinarismo. Sólo nuestra participación en el drama cotidiano del pueblo justifica nuestra existencia.
Así como hay prácticas políticas reaccionarias, conservadoras, liberales, reformistas, etc. debe haber una práctica política de intención revolucionaria. Y es la presencia en el quehacer político, permanente, con un perfil revolucionario o combativo la que permite ir acumulando las necesarias fuerzas capaces de nutrir un proceso de ruptura.
Un segundo e importante aspecto designado por la práctica política es el que tiene que ver con el análisis concreto de coyunturas políticas concretas y fundamentalmente con lo que de este se deduce, es decir: la relación, disposición y orientaciones de las principales fuerzas en pugna, las líneas fundamentales de agitación en cada etapa y, por lo tanto, los centros fundamentales de accionar de la organización.
Por último, y aun cuando a esta altura seguramente es redundante señalarlo, la importancia de la práctica política estriba en que ésta, unida a las razones tácitamente aportadas hasta ahora, es el elemento que corona, justifica y define a nuestra organización en tanto tal.
La FAU como organización de la acción política
Nos referiremos aquí, más expresa y específicamente a nuestra Organización. Sus intenciones, sus propósitos y cómo ve su articulación con el campo social.
La FAU pretende ser una determinada expresión política de los intereses de las clases dominadas: explotadas y oprimidas, y trata de ubicarse al servicio de las mismas, aspira a ser un motor de las luchas sociales. Contraria a toda concepción elitista, vanguardista y autoritaria su relación con el campo de la acción social es horizontal. Es decir, contrario a subordinar o mezclar o desconocer las dinámicas específicas del campo social y sustituirlas así por la acción de la organización política. Sostenemos que son dos campos que respetando sus especificidades debieran marchar unidos con la correspondiente articulación que no inhiba la acción que corresponde a cada uno.
Un motor entonces que ni sustituye ni representa directamente a los oprimidos. Que sí, pretende dinamizar, organizar y contribuir a superar esa dinámica que se ha llamado “espontánea” en el movimiento popular. Un aporte que ayude a canalizar resistencias hacia el campo propio, que ayude a trascender los vaivenes de la coyuntura y asegure continuidad a las rebeldías, las luchas cotidianas, las expectativas y aspiraciones, así como los elementos ideológicos de ruptura que se van produciendo.
Para nosotros, la Organización política es también un ámbito donde se va acumulando la experiencia de la lucha popular, tanto a nivel nacional como internacional. Una instancia que trata de impedir que se diluya el saber que los explotados y oprimidos van adquiriendo a través del tiempo. Una herramienta para dar la lucha a las confusiones sembradas desde el poder dominante para ser explotadas en su beneficio.
Concebimos que la Organización Política actúa también como escenario de producción de los análisis coyunturales, de orientaciones fundamentales y de estrategias globales tanto para el largo plazo como para acción del presente. Por ello, es la Organización Política la instancia adecuada para asumir los distintos y complejos niveles de actividad que puede exigir la labor revolucionaria; es la instancia idónea capaz de asegurar el conjunto de recursos técnicos, materiales, políticos, teóricos, etc. que son condición indispensable de una estrategia de ruptura que debe mantenerse en el tiempo y en el marco de un mar de dificultades con constantes y diversos enfrentamientos con el Poder Dominante.
Reiteramos nuestra visión de la Organización Política es contraria a las distintas formas de «vanguardismo», de «depositores de la conciencia» en fin, de grupos auto-elegidos, que se sienten tocados por el dedo de Dios. La Organización, respetando otros niveles, manteniendo y promoviendo el espíritu de revuelta, asume como propias todas las exigencias presentes y futuras de un proceso revolucionario.
Es desde la labor militante organizada, tanto social como política, y sólo desde ella que puede promoverse coherentemente y con fuerza redoblada la creación, fortalecimiento y consolidación de las organizaciones populares de base, que constituyen los núcleos del poder popular revolucionario.
La organización política no es una cosa acabada, está sujeta a influencias diversas que van exigiendo adecuaciones. También es una instancia especial de aprendizaje en relación con las luchas sociales con las que articula su accionar.
Y finalmente, en el estricto ámbito de la acción política, y reconociendo la existencia de otros, es que reivindicamos lo político como un ámbito separado. Concebimos, entonces, a la Organización política anarquista inserta en la acción popular como herramienta que aspira a hacer realidad nuestros principios libertarios.
Periodo de transición hacia la sociedad socialista libertaria.
Pueblo fuerte y Poder Popular
Luchamos por una utopía que pone un horizonte. Una utopía que comprende una forma distinta de organización social y de convivencia entre los seres humanos. Esa utopía parió, como lo vemos nosotros, un proyecto general de acción social-política y una aspiración de igualdad y libertad.
Sabemos, nuestra propuesta trata de una forma de organización social aún no experimentada. Con pocas y breves referencias históricas. En ese sentido nos planteamos lo que se quiere presentar como imposible, para hacerlo realidad. Así concebido, ese imposible es lo que demora un poco más, exige más esfuerzo, tenacidad, imaginación y responsabilidad.
Hay toda una gama de exigencias durante el trayecto de cambio. Las que corresponden a lo que se ha llamado comúnmente “acumulación de fuerzas”; las de un período de alto enfrentamiento contando ya con fuerza social capaz de iniciar un nuevo ordenamiento social y finalmente la que va consolidando ya, sin lo fundamental de las viejas fuerzas enemigas a la vista, la construcción de la nueva sociedad. Para las dos últimas etapas numeradas aceptaremos, provisoriamente, la palabra transición. Ella es la que ha sido más usada para designar procesos más o menos semejantes.
El periodo de acumulación de fuerzas, con su correspondiente estrategia y táctica y todos los elementos que lo componen no es algo que pueda ser totalmente separado de la transición pero nos parece que es tema que merece ser tratado en relación con muchas cosas que le son específicas.
Trataremos entonces, primeramente, la transición solo referida a las dos últimas etapas.
La transición es un tema que los socialistas revolucionarios del siglo XIX no pudieron enfrentar de manera sistemática por limitaciones históricas. También por lógicas limitaciones epistemológicas. Sus saberes estaban vinculados a su época y sus expectativas históricas y revolucionarias eran otras. Quizás con una esperanza y pasión de más cercanía. Es así que en este plano solo aparecen, por aquí y por allá, escuetas menciones generales.
En nuestro ámbito libertario a través de pensadores como Bakunin, Kropotkine, Malatesta, hay valiosos aportes parciales que de hecho pertenecen a un espacio de transición.
A esta altura se hace imprescindible tener en cuenta experiencias y elaboraciones que refrescan y enriquecen nuestra doctrina libertaria y los caminos a tomar para un auténtico proceso de transformación. Los elementos teóricos-políticos, los conceptos y categorías que intentan dar cuenta de la realidad, como todas las cosas, sufren modificaciones ampliaciones y desarrollo y todos sabemos que el refresco y el esfuerzo de puesta al día es fundamental para toda organización que desea operar en su tiempo y su medio.
En el siglo que recién nos dejó la defensa del socialismo real o diversos modelos leninistas, condicionada por circunstancias de sobrevivencia de su funesta experiencia, limitó, salvo honrosas y escasas excepciones, el análisis de esta temática a un nivel panfletario, dogmático y sumamente simplista, hoy ante los nuevos hechos históricos hay un retorno al punto de partida para toda esta problemática.
Debemos reconocer que en nuestro movimiento es inexistente la literatura acerca del tema. Es más parece ser que él ha sido constantemente soslayado. Si acaso, aparecen menciones aisladas y parciales que apenas se corresponden con este problema. Pero un tratamiento sistemático de él no ha sido realizado. Ni siquiera aparece planteado como problema de trascendencia.
Y sin embargo, no hay duda, es un tema relevante que tiene efectos sobre el conjunto del trabajo revolucionario a realizar antes, durante y después de la desestructuración, de la deconstrucción, del orden capitalista. De tanta importancia es que de acuerdo a como se interprete esta temática se harán determinados encares y se establecerán determinadas prioridades.
Hemos designado período de transición a aquel período que tiene la fuerza social de producir un evento revolucionario y de dar comienzo a una nueva forma de organización social. Para nuestro caso específico este comienzo lo pensamos orientado hacia una sociedad comunista libertaria.
Ante que nada conviene establecer una premisa que para nosotros alumbra todo este planteo. La sociedad socialista y libertaria no puede surgir por «evolución» del seno de la sociedad capitalista. Este sistema no hace lugar a modificaciones en tal dirección. Combate firmemente todo intento de modificación de sus estructuras fundamentales. Tiene mecanismos montados a tal efecto. Es enemigo declarado de este cambio. Un nuevo orden social, correspondiente a otro sistema, derivará de una ruptura. Vale decir, del enfrentamiento de fuerzas que llevan sus propósitos a fondo. Una verdadera lucha de poderes. El dominante y el del pueblo que emerge.
En el proceso previo los elementos relevantes para esa ruptura serán fieramente atacados por el sistema que trabaja siempre para su reproducción. Componente que afecte esa reproducción fundamental será violentamente atacado. Violencia que puede expresarse en distintos niveles: político, jurídico, ideológico, económico, social. Hasta dando una prioridad coyuntural a uno de sus niveles.
Nos parece aquí necesario hacer una mención aunque sea breve sobre la instancia que no incorporamos al periodo de transición.
Sin duda a esta altura del discurso es necesario destacar algo que es fundamental, hay un conjunto de actividades que pueden y deben ser realizadas en el seno de las sociedades capitalistas. Actividades sociales y políticas que permiten un ejercicio de participación y resolución de problemas a la población. Ellas generan, al mismo tiempo, nociones y experiencias que hacen al crecimiento de la conciencia y a la confianza en las propias fuerzas. De este proceso previo vendrá la fuerza capaz de la confrontación al sistema y las condiciones de posibilidad de su ruptura. Es la etapa de construcción de Pueblo Fuerte. Es en tal marco que se puede y debe desplegar la Resistencia organizada de los explotados y oprimidos. Un Pueblo Fuerte teniendo como eje esa Resistencia organizada irá dando forma orgánica, de institución distinta, a todo lo rebelde y confrontativo que se vaya construyendo.
Mayores serán las posibilidades de formas de organización de poder popular cuanto más se haya desarrollado la participación popular en la etapa previa a la transición. Mayor también la presencia de participación, de democracia directa y autogestionaria, de federalismo, de nueva institucionalidad que descanse sobre la igualdad y libertad.
Antes de continuar con el tema transición nos parece necesario sentar otra premisa para evitar equívocos.
La desestructuración de un sistema abre nuevas posibilidades, surgen combinaciones nuevas que no estaban en el orden anterior. Pero sería negativo idealizar, creer que todo lo que encontraremos será de signo positivo y que las herencias malditas del sistema desaparecen así como así. Se puede suponer espacios mayores para el desarrollo de la nueva experiencia y la instalación de una dinámica social que vaya favoreciendo el nuevo entramado. Pero también, la experiencia existente da indicaciones, permite suponer la continuación de remanentes del viejo sistema apareciendo con otras formas o hasta ser él, arbitrariamente y por razones varias, recordado distinto a lo que era por sectores de población. Dicho sea de paso la esfera ideológica tendrá que ser de fundamental atención en tales circunstancias. Los nuevos valores estarán estrechamente vinculados a ella.
Creemos, también, que esa etapa no puede verse con una mirada preñada del horizonte que hoy tenemos frente a nuestros ojos. Han de surgir posibilidades positivas que no podían ser imaginadas en la situación anterior. No sería correcto entonces ver solo los referentes anteriores sin incorporar el «salto» que habilita la ruptura para iniciar un proceso de poder popular camino del socialismo con libertad. De todas maneras el «salto» no produce posibilidades ilimitadas, posibilidades mágicas. Las posibilidades de un determinado avance del ordenamiento social después de la inicial ruptura guardarán fundamental relación con la realidad que le precedió.
Pero es previsible que se presenten problemas que entorpecen o resultan negativos y hasta contradictorios con el proceso que se procura. El volumen de esa fuerza no se puede estimar a priori, seguramente será distinta en uno y otro lugar. Los nuevos mecanismos organizados tendrán que dar su lucha a estos elementos del pasado que están aún ahí.
Sí, teóricamente es de presumir que no cambiará radicalmente a nivel general toda una cultura de corte autoritario, individualista, de poca participación, de cierta sumisión al arriba. Una milenaria cultura que ha echado sus raíces. Algo de aquello a lo que se refería lúcidamente Bakunin: «el ser humano está determinado por las innumerables relaciones políticas, religiosas y sociales, por los hábitos, las costumbres, por todo un mundo de prejuicios o pensamientos elaborados en el correr de los siglos.» O que diría Foucault más adelante: “Lo que hace que el poder se sostenga, que sea aceptado, es sencillamente que no pesa sólo como potencia que dice «no», sino que cala de hecho, produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; hay que considerarlo como una red productiva que pasa a través de todo el cuerpo social en lugar de como una instancia negativa que tiene por función reprimir”.
Para nuestro tiempo habría que agregar aunque sea muy brevemente lo dominante de la etapa sistémica en que nos encontramos. Deleuze dice con cierta ironía respecto a la sociedad disciplinaria: «Es posible que los más duros encierros lleguen a parecernos parte de un pasado feliz y benévolo frente a las formas de control en medios abiertos que se avecinan». Agrega a propósito: «Lo que más falta nos hace es creer en el mundo, así como suscitar acontecimientos, aunque sean mínimos, que escapen al control, hacer nacer nuevos espacio-tiempos, aunque su superficie o su volumen sean reducidos”. Malatesta decía algo semejante:
“Debemos procurar que el pueblo, en su totalidad o en sus varias fracciones, pretenda, realice, por sí mismo, todas las mejoras que desee, tan pronto como las desee y tenga fuerza para realizarlas, y propagando siempre nuestro programa completo, y luchando siempre por su realización integral, debemos empujar al pueblo a que pretenda y consiga cada vez mayores fines, hasta que llegue a su emancipación total”…
“Se trata en suma de educar para la libertad, de elevar a la conciencia de su propia fuerza y de su capacidad a hombres y mujeres habituados a la obediencia y a la pasividad».
De todas maneras, sociedades de control con buena parte todavía de disciplinamiento, nos alertan más que nunca que no hay que olvidar que presumiblemente la transición es un período sumamente conflictivo, en el que sus protagonistas se encuentran bajo la presión de situaciones límites, de conflicto entre el deber ser y lo que es, debiendo tomar decisiones particulares y globales sobre las que no hay suficiente experiencia ni la seguridad plena. Decisiones que lamentablemente en muchas oportunidades pueden no ofrecer alternativa clara ni nada ideal.
Tampoco debemos olvidarnos que en la historia son innumerables las transiciones que devienen en situaciones permanentes, más allá de las intenciones de una parte de sus actores.
A las causas interiores señaladas hay que agregar las exteriores, sean desde el marco internacional o desde el interior de la sociedad, sean los elementos reaccionarios o sean quienes también en discordancia con la sociedad anterior propugnan un modelo de cambio y de sociedad antagónico al que queremos construir. Se conjugará aquí la nueva situación posrevolucionaria, las fuerzas sociales y políticas en juego, las luchas ideológicas, el estado espiritual de la población, los avances posibles y la atención de la vida social en todos sus aspectos. Cada proceso ofrecerá sus posibilidades específicas, pero el modelo de transición parece ser común a todos
Sí, junto a lo nuevo que llega tenemos a todas las dificultades que pueden estar presentes en una primera etapa de la transición. Tanto esto como el periodo de construcción de Pueblo Fuerte es algo que hay que asumir o renunciar a participar en la historia.
Reafirmando realidades que un proceso de ruptura planteará
Tenemos entonces, que aun estimando las posibilidades que genera el «salto», en la instancia de ruptura, una revolución no hace espacio para un ordenamiento social libertario inmediato. Aun tomando como modelo una cierta historia de participación social previa de la población. Siguen, seguramente, caminos dinámicos a recorrer para obtener este logro.
Es necesario detenernos un poco y examinar y reiterar, aunque sea brevemente, las consecuencias prácticas que en todos los ámbitos conlleva este concepto Transición.
Por de pronto, la revolución no la harán solo los libertarios. Es de suponer que varias organizaciones políticas y sociales de distintas orientaciones ideológicas estarán presentes; que algunas fuerzas del orden destruido seguirán operando. Al mismo tiempo, como más arriba señalamos, los cambios en las costumbres y formas de pensamiento de la gente no serán tan radicales como para matar todo un largo pasado. Todo esto establece límites al proceso que se inicia. Importante es el ubicar esos límites para no proponer inviabilidades que nos pueden dejar fuera de toda incidencia. Pues como dice Malatesta “la vida debe continuar al otro día de la revolución y si no se puede organizar libertariamente esa vida la gente preferirá el autoritarismo a la ausencia de funcionamiento social”.
Sentado ya el criterio de que no habrá una sociedad libertaria al otro día de la revolución, es obligatorio plantearse todo lo concerniente a como es este período de transición hacia lo que se propone como ordenamiento social más acabado: socialismo con libertad. Cuáles son las propuestas generales, a adecuar a cada circunstancia histórica concreta, igualmente sobre formas de organización social para los distintos niveles: económico, político, jurídico, ideológico-cultural, militar (organismos regulares de defensa de la revolución) etc.
Desde el presente creando Pueblo Fuerte y Poder Popular
Se trata antes que nada de tener en cuenta y valorar los esfuerzos cumplidos por los pueblos a través de su historia, las luchas para mejorar sus condiciones de vida. Junto al sometimiento que procuró y mucho logró el poder dominante, tenemos que el ser humano es al mismo tiempo también portador de resistencia durante todo ese tramo histórico. Portador igualmente de saber popular. Las innumerables luchas de los pueblos por justicia, por múltiples cambios sociales y culturales, por mejores condiciones de vida bien lo reflejan.
Reafirmaremos primeramente conceptos fundamentales que orientan nuestro accionar social-político. Creemos que el proceso de acuerdo con el modelo de sociedad socialista y libertaria que queremos construir, nuestra acción en el hoy y aquí y en el mañana de la transición se da sobre tres ejes interdependientes e indivisibles: Pueblo Fuerte, Poder Popular y la presencia permanente de la organización Específica. Sobre lo primero tal como ya dijimos, todo acto de democracia directa, de participación, de acción directa, de práctica autogestionaria es un aporte en tal construcción. Pero simultáneamente es importante asumir la lección de la historia de que es imposible un proceso hacia una sociedad socialista libertaria sin una organización política anarquista fuerte inserta en la realidad, con una estrategia revolucionaria que contemple los métodos a aplicar en cada coyuntura.
No bastan frases generales y vagas. Hay que orientarse a pensar desde el vamos el funcionamiento de la economía, las instancias globales de decisión política, lo ideológico, la articulación de las distintas áreas sociales, los valores a resaltar. etc.
Hay que desalojar las consideraciones que excluyen un conjunto de problemas prácticos detrás de algunos supuestos, esos que la historia se ha encargado de invalidar. Es común aún encontrar en nuestro movimiento y entre los clásicos teóricos del socialismo, el supuesto, sino expreso si implícito, de que los problemas que impiden una justa y solidaria organización social son «externos» a la gente. Se trataría de estructuras económicas y políticas como el Estado las que estarían impidiendo que se expresara una especie de bondad innata que está pugnando por salir a la superficie social. Se trataría tan solo de quitar esas estructuras (que así visto, nadie sostiene) y lo demás vendría solo. Es de primera importancia que la construcción subjetiva sea estimada como corresponde.
Una parte de esto, obviamente, es verdad. Esas estructuras fundamentales del sistema tienden a reproducirlo. Solo su destrucción habilita un sistema distinto. Pero, de ahí a la creencia que la disposición al cambio profundo es algo casi dado hay un buen trecho. Como ya se ha señalado, la gente lleva sobre sus espaldas siglos de nociones y representaciones, de referentes políticos y de convivencia, de individualismo negativo. Hay prácticas sociales y políticas que tienen raíces profundas. El poder no solo está en el Estado y en forma exterior a la gente. Hay subjetividades que pueden reproducir lo anterior o producir nuevas formas de explotación u opresión.
Reiteramos, la complejidad que reviste un proceso de transformación exige un alto nivel de comprensión de los distintos mecanismos sociales; del imaginario social existente en los diferentes momentos. Es de importancia el procurar que las herramientas de análisis no se anquilosen, que pisen realidades que tienen muchas interacciones dinámicas, que dé cuenta de las distintas fuerzas en juego.
Para avanzar hay exigencias insoslayables. Caminar con un proyecto finalista con tal ductilidad que pueda él ser operativo en las más diversas circunstancias coyunturales. Plantearse y resolver problemas, planificar periodos de acción, estar atento a los cambios, estimar las fuerzas propias, las del enemigo y de amigos puntuales. Desarrollar una capacidad de análisis que permita adelantarse en algo a acontecimientos para poder operar con mayor eficacia en ellos. Trabajar por un desarrollo técnico y político que permita la incidencia pertinente. Estar atento y escuchando lo que la acción social va enseñando para que la Organización no pare en su aprendizaje y vaya realizando los ajustes y correcciones pertinentes.
No hay duda, el avance hacia un Pueblo Fuerte requiere de todo un aprendizaje que incorpora nuevas formas de funcionamiento. Hay que ir creando las formas orgánicas e institucionalidad que le corresponde. Procurando transitar en todo su quehacer con prácticas de una independencia social consecuente. Camino que requiere el desechar viejos y vigorosos mitos que todo parece indicar están dispuestos a irse muy lentamente y sin dejar de dar la lucha previa. Pero, alentados siempre de la esperanza y la convicción que con las herramientas adecuadas y la lucha pese a las dificultades que se presenten, la victoria final será del pueblo resistente.
Ordenamiento social sin Estado ni dominación.
Reiteraremos un tema que tratamos al principio pero ahora desde otro ángulo, teniendo presente la temática que fuimos tratando en el transcurso de estas consideraciones generales.
La destrucción del Estado (entendiendo por Estado la forma actual jurídico-político de la sociedad de clases, pieza articula al sistema, que trabaja para la legitimación de las relaciones sociales vigentes), no es un acto puntual, coyuntural, sino una acción continua, permanente de destrucción y simultáneamente de construcción de un nuevo relacionamiento social, es un proceso que no necesariamente es uniforme y lineal.
La forma que podría llegar a adquirir otro ordenamiento en esa transición necesaria la designaremos hoy con el nombre de Poder Popular Democrático. De democracia directa claro está.
Significa esto que intentamos avanzar hacia ese Poder Popular Democrático que concebimos como etapa previa a un socialismo con libertad.
La participación popular será una orientación constante y prioritaria de todo ese período, comprenderá todo el espectro de actividades sociales y políticas.
De alguna manera se conjugará aquí la nueva situación posrevolucionaria. Cada proceso tendrá sus posibilidades y su especificidad, pero el modelo general de transición que nos parece viable y consecuente es el mencionado.
Los planteos hechos más atrás sobre democracia directa como sistema social y acción directa como orientación guardan estrecha relación con la definición que aquí hacemos de Poder Popular Democrático.
Como ya señalamos, históricamente es impensable que sean los anarquistas solos los que hagan la revolución. Igualmente impensable que solos hagamos la reconstrucción. Pues, en un marco de construcción de lo nuevo, ello implicaría, intenciones aparte, una concepción de dictadura que no permitiría la expresión de la discrepancia o de distintas propuestas. Aún en el caso de ser mayoría se estaría confrontando y acordando. Y eso es el principio básico de nuestro concepto de la práctica política. Está fuera de nuestra concepción una sociedad de doctrina ideológica única y de organización política única. La doctrina válida de libertad está en estricta relación con lo que pueda construir cada sociedad en ese sentido. Claro está, hay un marco por el que seremos intransigentes: contra cualquier forma de explotación o dominación.
Es imposible adivinar cuáles y con qué característica serán los actores hegemónicos en una futura coyuntura revolucionaria. Pero debemos admitir que podemos no ser la fuerza mayoritaria. Por eso importa de qué forma estaremos presentes.
No descartamos que podremos llegar a ser, y eso depende de nuestro desarrollo político, una fuerza de alguna gravitación en algún proceso revolucionario. Lo que implica tener claro todo lo que hay que confrontar y compartir.
El nivel político hoy y mañana
Es sabido, hay muchas veces un pensamiento deseoso que se sitúa por fuera de las realidades sociales. Cree posible todo lo que se elabora a nivel de procesos de pensamiento. Asumimos que algunos discursos libertarios tienen algo de esto. De ahí puede venir, hay que evitarlo, la subestimación de problemas concretos que hacen a la acumulación de fuerzas para la ruptura y al tránsito posible después de ella.
Dos temas importantes a reiterar : 1) concepto de exterioridad y de cómo es el ser humano social; 2) confusión de procesos sociales con procesos de pensamiento han arrojado, en general, un saldo muy negativo.
En nuestras tiendas en virtud de estos y otros conceptos, en oportunidades, se ha despreciado la labor específica política. Estaría implícito algo así como que una sociedad con libre articulación de todas sus instancias sociales, con toda la gente participando, no precisaría de la instancia política específica.
Esto quizás pueda esperarse de una sociedad acabadamente libertaria, cosa que habría que ver si en ella esto es posible. ¿Con qué fundamento histórico podríamos hoy decretar la defunción de la instancia globalizadora del nivel político?
Pero regresando al tema que nos ocupa, esa abstracción se pretende trasladar al presente y por añadidura a la etapa de transición. Por ahí puede estar viniendo esa falta de idoneidad política del anarquismo, esa falta de «oficio» a la que hace referencia Peirats refiriéndose a las experiencias de España y que es trasladable con carácter más general al anarquismo. Aquella carencia, aquella falta de oficio de la que hablaba Peirats al referirse al rol del movimiento libertario en España, es consecuencia de varios hechos:
1) La ya mencionada carencia e imprecisión sobre el período de transición. El absoluto revolucionario y anarquista, eternamente postergado para el mañana, anula la posibilidad de buscar respuestas para el hoy.
2) El rechazo y la confusión sobre lo que es acción política, que se identifica solamente con mecanismos y prácticas propias del sistema.
3) Una visión totalizante del accionar revolucionario, donde no se percibía como necesario la confrontación y acuerdos con otras fuerzas.
4) La confusión, la contradicción en prácticas sociales y políticas en situaciones complejas por ausencia de una experiencia en la labor política y en el ejercicio que de ella emana.
Para nosotros la acción política es una instancia, al mismo tiempo que globalizadora, de síntesis que la sociedad debe brindarse para ir resolviendo los problemas de carácter general y “nacional”. Es una instancia que va más allá, abarca mucho más que lo simplemente corporativo, parcial o regional. Es a través de ella donde se hace posible ir resolviendo el conjunto de necesidades y problemas globales de la población de un país, de una formación social.
La acción política es instancia específica y diferenciada y constituye un espacio particular de las prácticas. La organización que la expresa, es decir la Organización política, debe comprender esa particularidad.
Las confrontaciones, contradicciones, acuerdos que se dirimen en el campo político tienen un tenor general y sintético. Por lo menos hoy y en el periodo de transición la organización política se diferencia de las otras prácticas sociales por los temas que aborda y la forma en que los trata. El hecho de que debe procurarse una articulación distinta a las conocidas por parte de la organización política libertaria con las otras prácticas sociales no resta el carácter especial que aquella tiene.
El proceso de ruptura y el de la Transición requieren una organización política revolucionaria fuerte y de desarrollo parejo, con adecuado conocimiento: de las fuerzas en pugna, de los distintos acuerdos a que es posible arribar, de los movimientos generales de la coyuntura, del estado ideológico de la población. Igualmente: buen desarrollo técnico, planes para periodos, propuestas para todo evento relevante, especial conocimiento del medio en que se opera.
Conscientes somos que las precedentes consideraciones no agotan, ni por lejos, el tema de la transición y el Poder Popular. Hemos procurado en esta oportunidad dejar planteado, quizás más precisamente, un problema que venimos procesando en acción y pensamiento desde hace décadas y que hemos entendido de principal importancia para nuestro futuro.
Algo sobre nuestro proyecto.
Nuestro proyecto revolucionario anarquista es consecuencia lógica de la crítica y de nuestras aspiraciones de una forma de convivencia entre los seres humanos. De una vida social organizada sin dominación.
El anarquismo como crítica del capitalismo y del Estado, como crítica de la burguesía y de la burocracia, como crítica de la dominación, el privilegio y la injusticia en cualquiera de sus formas, como crítica radical del autoritarismo deviene necesariamente en actitud de lucha y en las luchas sociales de las clases y categorías sociales oprimidas encuentra su razón.
Nuestra crítica y nuestro proyecto no se agotan en el levantamiento, la protesta y la rebelión sino que maduran en un modelo de sociedad libertaria inconfundiblemente socialista, en una estrategia de ruptura revolucionaria en base a Pueblo Fuerte y Poder Popular y en un estilo militante combativo y de agitación permanente, con el estar en los problemas concretos y cotidianos del pueblo, de los de abajo, pero en la perspectiva siempre hacia las transformaciones sociales en gran escala. Este proyecto se canaliza a través de la organización del campo social y político portando intenciones revolucionarias.
En América Latina y el mundo nuestro proyecto anarquista, hoy como ayer, recobra actualidad y posibilidades de acción en zonas de actividad donde se va expresando el protagonismo popular y en aquellos ámbitos que tienen que ver con la calidad de la vida, la lucha contra la miseria, la destrucción de la naturaleza, las discriminaciones, toda forma de dominación. Luchas de las cuales históricamente el pensamiento libertario ha intentado ser vocero. En nuestra formación social nuestra actualidad y reconocimiento podemos hallarlo en las distintas instancias sociales donde algunos sectores de pueblo buscan su protagonismo, donde enfrentan injusticias y exigen reivindicaciones y en aquellas luchas generales del pueblo por una existencia mejor.
Sobre el programa. Preocupaciones y prevenciones.
El programa “lo situamos específica y concretamente en el campo de las prácticas sociales. En el campo que se expresan las tensiones y luchas sociales». El programa recogerá la evaluación que se realice acerca de la etapa en la que está el sistema en nuestra formación social y ubicando el espacio de acción existente desplegará su trabajo. El programa comprenderá «la orientación del conjunto de nuestra acción para un periodo». Se trata de no ir haciendo lo que salga, ni estimar aisladamente cada cosa que aparece, ni desanimarse por que el avance no es inmediatamente visible. Se trataría sí, de fijar objetivos y avanzar hacia ellos. De escoger acción y establecer prioridades en función de esos objetivos. Lo dicho implica, claro está que habrá actividades que no encararemos, hechos en los que no estaremos. Ellos pueden parecer importantes y hasta espectaculares, pero, no cuentan si no encajan en los propósitos para la etapa de nuestro programa. En otros casos, que si encajan, podemos estar en minoría absoluta o con grandes complicaciones pero ellas son actividades que condicen con nuestros objetivos. Elegir lo que está de “moda”, lo que está promovido con intensiones e intereses distantes a los que nos mueven, hacer lo que más nos guste o menos complicaciones nos traen no es una política correcta. Por el contrario, las diversas luchas, experiencias, reivindicaciones, por mejoras o defensa de conquistas que lleva adelante la población deben contar con nosotros. Obviamente más intensamente aquellas de tono combativo y adecuado sentido social. Pero, solamente estar no alcanza. Hay que estar con una «intención». Por la gran movilidad de la situación social es conveniente establecer programas tácticos de corto aliento. Es igualmente imprescindible manejarse con tiempos. No resulta posible evaluar la eficacia de un trabajo en términos de meses o un año. Hay tareas que van dando sus frutos en términos de cierto tiempo. Las cosas hechas en perspectiva muy corta, solamente puntual, dejan poco o nada de saldo. Se sabe una acumulación político-social es tarea’ compleja y depende de múltiples factores. Se combinan en el tiempo aciertos y errores, correcciones y reiteraciones. Para cierta cultura que anda en la sociedad podemos agregar que, creatividad no es cambiar de onda a cada rato sino «inventar» y refrescar en el marco de un objetivo y de una tarea metódica que mantenga regularidad. Una cosa es creación y otra inestabilidad. Un proyecto de cierto tiempo requiere perseverancia, regularidad y cierta estabilidad. Y esto de regularidad hay que recalcarlo, lo trascendente es el trabajo de todos los días, la continuidad en una estrategia diagramada, que las distintas tareas sean finalmente convergentes. El puntualismo, la tarea episódica como política no conduce a ningún puerto.
La resistencia y las luchas de nuestro tiempo.
Vemos que con mayor o menor intensidad, el cuestionamiento del conjunto de fenómenos que comúnmente denominamos crisis se transforma en opción de lucha. Luchas parciales y reivindicativas, algunas de cierto contenido revolucionario con mayor o menor comprensión acerca de las raíces históricas y estructurales de esa crisis, con características peculiares de acuerdo al contexto social concreto que les sirve de marco. Sea como sea la lucha por una mayor justicia social, política o económica, la lucha por nuevos modelos de convivencia, se nos presenta como única alternativa cierta y como atributo irrenunciable de los oprimidos. Ya se trate de la lucha donde resiste y se reimpulsa bajo formas nuevas la independencia de la clase trabajadora, aun pujando fuerte en contextos sindicales que operan como poleas de transmisión de partidos reformistas o francamente integrados al sistema, o las luchas de nuevos movimientos sociales contestatarios. Ya se trate de las luchas contra la miseria, las desigualdades, las discriminaciones, el racismo, en defensa del eco-sistema, las injusticias económicas, de distintas formas de tiranías políticas o de minorías oprimidas o las luchas directamente antimperialistas. Sea donde sea, asumiendo las características específicas que cada sociedad y cada coyuntura exige creemos deseable la inscripción en ellas de un proyecto de ruptura y una resistencia organizada.
El desgaste y el alto nivel de descreimiento sobre la forma tradicional de hacer política abren espacios a nuestra concepción de participación efectiva de la gente, de prácticas de acción directa popular, de construcción de Pueblo Fuerte.
Está claro que no alcanza con constatar que el modelo llamado «socialismo real» terminó en fracaso y que nunca fue una alternativa realmente socialista; que la formal democracia burguesa es una ilusión tramposa y brutalmente desigualitaria. Tampoco que ha avanzado el descreimiento sobre las «virtudes» de esta «democracia». Los espacios que producen un conjunto determinado de relaciones para que sirvan a un proceso de signo de Poder Popular deben ser ocupados intencionalmente. Es relevante tener en cuenta en todo momento que el espacio que no ocupa una concepción la ocupa otra.
Etapa de Pueblo Fuerte y Resistencia.
El Frente de clases y categorías sociales oprimidas como sujeto de cambio.
Nos hemos planteado la necesidad de un desenlace popular como corolario de un largo proceso de luchas de orientación revolucionaria y, en consecuencia, el necesario protagonismo de las organizaciones populares de abajo, finalmente una nueva e inédita estructura político-social que articule adecuadamente el protagonismo del pueblo todo en un marco de Poder Popular y Democracia directa y federativa.
Una nueva estructura antiautoritaria por excelencia, la que está anunciada desde los comienzos socialistas por los libertarios en rasgos generales aunque asumimos que insuficientes.
Estos elementos son partes sustanciales de nuestra estrategia de poder popular, son condiciones insustituibles de un recorrido auténticamente socialista y libertario en la peripecia revolucionaria de nuestros pueblos. Tenemos unido a ello una etapa previa de Pueblo Fuerte.
Todo este proceso, especialmente el de etapa previa requieren de un complemento indispensable o de una mayor definición del sujeto revolucionario y de sus bases estructurales en lo que respecta a su contenido de clase. Por lo tanto, plantearemos esquemáticamente el tema en lo que es indispensable a los efectos de este trabajo.
Como hemos visto, las relaciones de dominación propias de una sociedad determinada se originan en el elemento constitutivo de las clases sociales. Por otra parte, las relaciones de dominación existentes en el interior de una sociedad concreta no solo resisten cualquier tipo de simplificación sino que más bien determinan un complejo espectro de clases y categorías sociales y de las luchas que las acompañan. Lo que sí podemos y debemos determinar, a grosso modo, en el marco de una compleja y diversa lucha de clases y categorías sociales, es el conjunto de los oprimidas que por su situación social, por su condición de segmentos dominados de la sociedad, están con posibilidades de constituirse en el eje y en el motor de cambios sociales de intención revolucionaria.
Si bien hay elementos que tienen carácter general, nuestro análisis se centrará aquí sobre América Latina, lugar donde se desarrolla nuestra acción específica.
A efectos de fijar criterios es necesario tener en cuenta, en primera instancia, dos elementos:
1) el carácter del proceso revolucionario y
2) el espectro de clases en los países latinoamericanos.
El proceso revolucionario que planteamos tiene como fin último la sociedad socialista y libertaria que, en tanto tal, delimita desde un principio amigos y enemigos.
Decía Bakunin: “Establecer una línea de demarcación entre las clases poseedoras y las clases desposeídas; pues esas dos clases se confunden una con otra por una cantidad de matices intermedios e imperceptibles… en la sociedad humana, a pesar de las posiciones intermedias que forman una transición insensible de una existencia política y social a otra, la diferencia de las clases sin embargo es muy marcada, y todo el mundo sabrá distinguir la aristocracia nobiliaria de la aristocracia financiera, la alta de la pequeña burguesía, y esta última de los proletarios de las ciudades y de las fábricas; lo mismo el gran propietario latifundista, el rentista, el campesino propietario que cultiva la propia tierra, el granjero, del simple proletario del campo…”
Una revolución anticapitalista y antiautoritaria apunta inconfundiblemente a la desaparición de las relaciones de dominación y, por lo tanto, contra la supervivencia de todas las clases y capas dominantes. Es una revolución que anhela la desaparición de la burguesía como clase -sin los clásicos distingos filantrópicos del reformismo entre la burguesía grande y pequeña, nacional o extranjera-, la desaparición de terratenientes y rentistas, castas militares, burocracia y jerarquías estatales. La revolución socialista y libertaria, precisamente por su contenido radicalmente anticapitalista y antiautoritario, sólo puede encontrar combatientes en las clases y categorías oprimidas. En ese sentido el papel central en un proceso revolucionario de orientación socialista y libertaria le corresponde a la clase trabajadora en general y a todos los oprimidos. De ninguna manera a ningún sector de la burguesía.
Claro está que en países capitalistas atrasados y dependientes como los latinoamericanos -con la particular estructura económica y de clase que ello determina- no puede pensarse en las posibilidades de una revolución protagonizada exclusivamente por los nucleamientos del proletariado fabril y quizás ni siquiera por los asalariados en su totalidad. Es preciso pensar en la construcción, como herramienta estratégica básica para la transformación social, de un frente de clases y categorías oprimidas que tenga como núcleo central a la clase trabajadora, que incluye a los trabajadores rurales, a la gran diversidad de trabajadores por cuenta propia -sector progresivamente engrosado por la crisis y las respuestas del sistema ante los cambios tecnológicos-, a los marginados que reclaman trabajo, al estudiantado (sector potencialmente asalariado en el contexto de la reconversión productiva capitalista, llamado a constituirse en proletariado científico y tecnológico); al feminismo anticapitalista, a los movimientos en defensa del eco-sistema, a sectores que reclaman diversos derechos o reconocimiento.
En trazos gruesos, entonces, el frente de clases y categorías oprimidas a que hacemos referencia se constituye como una red de relaciones permanente, ligada programáticamente, de la multiplicidad de organizaciones de abajo capaces de expresar en la lucha los intereses inmediatos de estos sectores sociales y de desarrollarlos y profundizarlos en el sentido de metas y orientaciones de tipo transformador y socialista. Frente de clases y categorías oprimidas que vaya conformando sus formas organizativas eficientes para la lucha y el avance. Organización que concebimos como tejido de la Resistencia que opera en el seno del Pueblo Fuerte.
El conjunto de los sectores oprimidos cuentan con un poder en estado latente que deben trasformar en estado conciente: el poder de decidir el funcionamiento o la paralización de la sociedad y el sistema de dominación. Este poder resistente de Pueblo Fuerte es la raíz del poder popular, para cuya concreción se requiere una larga cadena de mediaciones. Entre ellas, y no precisamente la menos importante, es todo un proceso de subjetivación, ese que exige una importante toma de conciencia para dar pasos revolucionarios.
Queda claro en la dinámica imperativamente coactiva del sistema de dominación no es suficiente con un pueblo favorable y bien dispuesto al cambio -obviamente, mucho menos en potencialidades que en nada se expresan-: es imprescindible contar con un pueblo organizado y en lucha por los cambios.
Este puede ser el combate de este momento en América Latina, en nuestro Uruguay. Muy variada pueden ser las formas de movilización y resistencia, de reivindicaciones, de las clases y categorías oprimidas.
Este combate exige ponerse a la altura del enemigo en organización, en tecnificación, en preparación para la lucha en sus diferentes formas, pero superándolo en moral, en democracia interna, en firmeza ideológica. Se abre una nueva etapa, para una vieja esperanza de justicia y libertad, que demandará redoblados esfuerzos.
La importancia de la resistencia en las etapas de cambio
Las viejas sociedades de resistencia de principios de siglo, aquellas que tantos logros impulsaron en las luchas clasistas de los trabajadores, daban un contenido a esta palabra. Era algo así como sinónimo de no insertarse al sistema y de enfrentarlo vigorosamente. Por eso en cada reclamo iba un pedazo del mañana. Sus luchas por mejoras en el hoy se inscribían, al mismo tiempo, en una estrategia de resistencia y superación del sistema. Al margen de aciertos y errores, de no haber marchado en lo social-político a tono con los tiempos, tal concepto de resistencia tenía un válido y profundo sentido. Su radicalidad anticapitalista era incuestionable. Es así que mantendrá siempre, mientras exista el sistema capitalista, su vigencia fundamental.
Son tiempos difíciles para los pueblos de nuestro Continente, para nuestro pueblo. El nivel de organización del movimiento popular ha descendido, igualmente las luchas que cuestionaban la propia existencia al sistema. En tal sentido, hay que rehacerse de golpes recibidos y encontrar la forma de superar condiciones muy adversas, eludiendo los supuestos atajos que a nada conducen. Tenemos la fe de siempre que el pueblo encontrará, en sus diversas luchas, con construcciones subjetivas favorables, poco a poco, el camino. La historia es aleccionadora en tal sentido.
«Desde el momento mismo en que se da una relación de poder, existe una posibilidad de resistencia» dicen nuevas investigaciones. Así nos parece, mientras haya injusticia, explotación y opresión, habrá resistencia. Y esa resistencia estará alumbrando un futuro distinto, la posibilidad de la radical transformación de este orden.
Hay luchas diversas en el espectro del campo social-político. Su permanencia y profundidad es variable. Hay algunas que emergen por momento con mucha fuerza social. El descontento parece buscar cauces.
Sí, en lo social, la nueva situación se manifiesta de manera diversa y encuentra diferentes resistencias y luchas. Estas pueden ubicarse según el campo que se esté tratando. Con distintos grados de relevancia se encuentran manifiestamente presentes.
Esto ocurre en el marco de un proceso permanente de tensiones sociales, de rebeldías, enfrentamientos, descontentos.
Se afirma, que la resistencia es construida sobre la base de la experiencia límite vivida por aquellos que hacen de ella una auténtica práctica de libertad. El “comando” está en todas partes, viene de todas partes. Y sin embargo, la resistencia es primera, en esa medida está necesariamente en una relación directa con el afuera del que procede el dominio. Está en toda la extensión territorial del poder dominante, es coextensiva a él. Desde este punto de vista, el poder dominante ya no busca sólo disciplinar la sociedad sino que busca controlar la capacidad de creación y transformación de la subjetividad.
En tanto que los ejercicios de poder contemporáneos se ejercen sobre la subjetividad, sobre el cuerpo individual y colectivo, pareciera que no queda lugar a donde ir más allá de él. Tenemos por el contrario que la resistencia se ejerce en cada lugar, de ahí que el sujeto de la resistencia sea un sujeto que escapa a su “aprisionamiento”, un sujeto resistente que enfrenta al poder dominante, un sujeto, pese a todo, capaz de desplegar prácticas de resistencia y lucha en toda la extensión social. Las resistencias contemporáneas no tienen un lugar privilegiado, por el contrario, son muchas y en diferentes terrenos sociales. Pertenecen a una dimensión que escapa a las relaciones sujetas al poder dominante, y esa dimensión está en el tipo de subjetivación que va produciendo. La pregunta por la resistencia es al mismo tiempo una pregunta por el poder. Pues el poder es una relación de fuerzas, esa relación de fuerzas ya es una relación de poder. Siendo así la resistencia va estableciendo una relación de poder. En este caso de Poder Popular.
Resistencia, entonces, para esta larga etapa desde el presente a la Transición. Acción resistente para fortalecer luchas, para tender lasos solidarios entre ellas, para evitar y combatir su atomización, para darle potencia organizativa y para crear nuevas posibilidades revolucionarias.
Cultura de Resistencia. Etapa de construcción de Pueblo Fuerte.
En el sentido mencionado queda claro, que nuestra acción social se proyecta desde la situación existente en un momento social dado. De ahí que tratemos de constatar que situación tenemos hoy en el movimiento popular. Tenemos que en tal espacio se ha producido en este último período un debilitamiento no solo en la cantidad de gente movilizada, del nivel de combatividad, sino también y es lo más preocupante un descenso en el nivel de circulación de ideas de rebeldía y cuestionamiento del orden existente.
Cuando nos referimos a esto, hablamos de grados de penetración de toda una cultura generada desde los centros de poder, difundida al nivel de bombardeo por los medios masivos llamados de comunicación, y muchas veces esto mismo repetido por sectores que se autodenominan de izquierda o progresistas. Una cultura de no te metas con él sistema, buenos modales y adaptación al capitalismo como única realidad posible. Parece que tal cultura, finalmente, ha calado hondo en ciertos sectores del movimiento popular.
Por eso creemos firmemente que recrear una cultura de Resistencia es todo un desafío militante de imprescindible urgencia.
Para profundizar la actitud de resistencia, reiteramos, se necesitan herramientas de análisis, a través de las cuales elaborar una crítica y una propuesta para tal medio específico. Es decir, pautas claras de acción para el terreno de la militancia social. Ideas guía que descartan de plano las ideologías derrotistas, que aceptan al capitalismo como el único sistema posible.
Este proceso de elaboración, es fructífero, y comienza a generar fermentos de resistencia fuerte cuando se da en ámbitos colectivos. Es parte de la práctica a desarrollar en estos ámbitos, pues ella va produciendo el fortalecimiento popular que es una tarea prioritaria en pos de la creación de un Pueblo Fuerte.
Cuando a esto nos referimos, hablamos de organizaciones sociales (sindicales, barriales, juveniles, estudiantiles, por reclamo de derechos, contra discriminaciones, contra atropellos y represiones etc.) independientes de los resortes del sistema. Hablamos de una actitud de no adaptación a las pautas del sistema en lo económico, político, ideológico, ético y moral. En el campo de los valores, tan atacados en cuanto a identificación subjetiva, el rescate de la solidaridad y del sentimiento de pertenencia a los oprimidos se torna hoy tarea urgente. Sabido es que valores como estos no se decretan, ni vienen solos, sino que se aprenden en el contacto cotidiano, las diversas peleas sociales y en la comprensión de que la práctica de ello posibilita un camino hacia una convivencia mejor entre iguales.
De este modo nuestros lugares de militancia deben ser al mismo tiempo escuelas sin aulas, donde nos eduquemos a través de la práctica sistemática de los valores que posibilitan cambio. Fomentar una cultura de la resistencia, aportando en ella lo mejor de lo que somos y pensamos como pueblo oprimido, procurando simultáneamente que la fraternidad de los que luchan se respire en el ambiente.
Tal discurso-acción es necesario para ir forjando, sin prisa pero sin pausa, el rescate de los valores y las utopías que son el fermento profundo de la Resistencia. Plantear las discusiones, dando el combate político e ideológico al sistema, y no caer en el error de creer, que este tipo de discusiones son divisionistas. Ese sentimiento que han tratado de construir con aviesas intenciones los que quieren que sólo sus ideas conformistas sean las aceptadas y practicadas.
Aquí el fortalecimiento resistente irá de la mano, con retomar la concepción de que la lucha es el único camino que puede rendir frutos reales y duraderos. La instalación de esa noción y esa discusión en el seno del movimiento popular es fundamental. Romper con esa actitud de confiar en el diálogo sin lucha, de pedir favores al poder. La historia comprueba suficientemente que aún para lograr que el pueblo mejore sus condiciones de vida fue necesaria la lucha organizada enfrentando directamente a los sectores dominantes. Es en esa línea y en esos ámbitos colectivos de lucha donde se puede generar la cultura de resistencia a que aludimos, desde las más diversas expresiones.
Sí, las peleas se vienen planteando un poco diluidas y en forma fragmentaria, como fragmentado está el tejido social. La cuestión es generar o aumentar esos espacios de encuentro entre los que luchan, cada uno con sus aportes y experiencias desde lo específico, buscando el elemento común que una las diversas expresiones en un solo puño. El camino es largo, pero las anteriores generaciones nos han dejado un rico legado de experiencias. Ejemplos de lucha constante, en un tono decididamente anticapitalista, en las que también el anarquismo organizado tiene una riquísima historia y valiosos aportes. Son esas herramientas de análisis y esa metodología que fomenta la solidaridad, la participación directa, y la dignidad en la lucha, combatiendo al mismo tiempo al individualismo y la resignación. Sin esperar soluciones mágicas de ningún tipo, menos del espectro de los que se autotitulan representantes del pueblo. En este sentido rescatamos aquella consigna que usaban los compañeros de la vieja ROE: «solo el pueblo salvará al pueblo». Igualmente aquel criterio que establecía: “En la militancia cotidiana por una sociedad sin oprimidos ni opresores, hoy la tarea es resistir, ir acumulando para la pelea desde la pelea misma”.
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